miércoles, 8 de febrero de 2017

¿AMAR O SER AMADO?


       Hace mucho tiempo, hubo un rey que dedicó su juventud, a conseguir que hubiese buena convivencia entre los reinos de sus alrededores. Luchó cruentas batallas con cuantos déspotas y ambiciosos surgieron, viviendo y viendo innumerables sufrimientos.
       En su madurez y cuando todos vivían en buena vecindad y armonía, viendo que el tiempo había pasado, decidió casarse y dar un heredero que reinase tras su muerte.
       La nobleza de carácter que había forjado en las batallas, su compasión regada con la visión de tanto sufrimiento, su porte y fortaleza, atrajo a todas las jóvenes princesas de los reinos conocidos.
       Al verle todas cayeron profundamente enamoradas de él, prometiéndole amarle toda la vida, proporcionarle los mayores placeres y felicidad.
       Muchas vinieron, el tiempo fue pasando sin que hubiese podido decidir cuál entre ellas era la elegida.
       Estaba recibiendo a las princesas que habían venido ese día, cuando se armó un gran revuelo. Los guardias no dejaban pasar a una campesina de cierta edad, que deseaba hablar con el rey.
       Con ojos tristes por la pérdida de sus hijos, de luto por su viudedad, a un gesto del rey, la mujer postró su madurez, a sus pies.
       El rey lleno de compasión, leyendo perfectamente el sufrimiento de aquél rostro, preguntó con voz suave: “¿Qué deseáis mujer?”
       Con una sonrisa llena de tristeza, en voz baja, contestó:
       “Majestad, no sé si queda amor en mí, al habérselo dado a mis hijos y marido, no sé si podré daros algo. Pero os prometo, que dedicaré mi vida a daros hijos que podáis educar y enseñar a ser buenos reyes. Y entregaré cuanto soy, a conseguir que me améis profundamente”.
       Arrodillándose a sus pies el rey dijo: “Desde este momento eres mi reina”.


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