El Maestro dice las mismas palabras para
todos los discípulos, independientemente del grado de evolución de cada uno,
siendo todos diferentes, pero no de una forma lineal. Hay partes que cada uno
tiene desarrolladas y otras que está comenzando.
Son unas mismas palabras, llenas de
significados, tantos como discípulos, tantos como momentos.
Las palabras escritas, las pronunciadas
permanecen en el papel, en la memoria.
Pero es en el discípulo donde debe caer la
semilla del espíritu de la palabra del Maestro.
Este, se expresa en el Silencio, nosotros
entendemos los significados del sonido.
Cuando decimos: ¡qué belleza!, ¡menuda
tontería!, ¡es la Verdad!, ¡todo es mentira!.... No importa el comentario,
siempre es acerca de nuestro entendimiento, no acerca del Silencio del Maestro.
Que bonito sería entender, todos los
entendimientos, compartirlos, atrevernos a decirlos libremente, porque ninguno
estará equivocado, solamente será una visión de la forma que percibimos el
Silencio.
Las palabras del Maestro son las mismas
para todos, los comentarios no dicen nada a quien ha comprendido algo diferente
a lo nuestro. Nuestra expresión: ¡Qué belleza!, probablemente unas veces sería
también para lo que alguien ha entendido, otras lo expresaríamos con otro
comentario.
Cuando leemos ¡Qué belleza!,
inmediatamente entendemos que es a lo que nosotros hemos entendido, pero no es
así, el comentario es al entendimiento de alguien, del Silencio del Maestro.
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