Quien lee, procura leer aquellas
palabras que entiende, sobre todo de su idioma y nivel cultural y de formación.
Pero la mayoría, leemos con la cabeza,
miramos lo escrito con los ojos y analizamos con la cabeza lo que dicen las
palabras.
Es suficiente para entender y aprender
leyendo. No es muy diferente cuando oímos las palabras, las entendemos y
aprendemos.
La mayoría de las veces, el
aprendizaje consiste en memorizar lo que hemos leído u oído.
Pocas veces leemos realmente o
escuchamos. Leer cualquier escrito, situando lo entendido en nuestro Universo,
en nuestro entendimiento, en nuestro vivir y desechando lo innecesario o
guardándolo no en nuestra mente sino en la nube, esa nube que hemos creado en
informática para guardar lo que no nos es útil en el día a día.
Porque lo que leemos o escuchamos,
tiene un lugar en el Universo que vivimos o percibimos, ayudándonos a
comprender el Universo y su funcionamiento desde nuestra visión y parte de la
de los que escribieron o dijeron lo leído o escuchado.
Leer no es sólo para los ojos y la
mente, tampoco el oír es sólo para los oídos.
Al igual que el vivir, leer o
escuchar, es algo que tiene que encontrar el equilibrio entre el corazón y la
mente, entre los demás y nuestra individualidad.
Usar los ojos y el cerebro, nos
permite entender lo que leemos. El corazón, debe darnos la empatía necesaria
para recibir lo que alguien ha escrito.
Porque leer no es entender las
palabras, sino entender el corazón o el alma de quien escribió. No se trata
tampoco de encontrar lo mismo, sino esa empatía que nos permita respetar al
escritor, incluso en su equivocación o pensar contrario a lo expuesto.
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