Sobre todo, cuando vives en una ciudad
grande y te llevan a una zona que no conoces, y tienes que regresar andando a
casa, sin saber hacia dónde caminar, sin saber dónde estás, sin poder tomar una
decisión que te permita saber dónde estás.
Un día, llevaron a un vecino de unos 3
o 4 años de vacaciones, no le dijeron a nadie dónde iban, ni tan siquiera a sus
hijos.
Cuando me llamaron por teléfono para
ver cómo estaba su casa, pude hablar con el niño y le pregunté que dónde
estaba. Su respuesta concisa, precisa, que no tenía error, ni tan siquiera de
un milímetro, me sorprendió, porque había resuelto el problema de mi vida: “Estoy
Aquí”.
Recordé aquel tiempo cuando yo tenía
esa misma seguridad, cuando siempre supe dónde estaba. Ese tiempo, que fue
sustituido por la edad adulta, cuando siempre estoy: Donde he estado o donde quiero
estar.
Me acordé de ese señor que tenía un
gato en una caja, y le preguntaron que cómo estaba el gato y al final le pasó
lo mismo que a mí, no sabía si estaba vivo o muerto. Incluso en el momento de la
pregunta pudo estar vivo y al abrirla estar muerto. Y más aún, abrir la caja y
estar vivo y cuando decía que estaba vivo estar muerto.
Al final no supe qué pensar, pues no
encontraba una respuesta a semejante comecocos. Así que nuevamente llamé a mi
vecino, que siendo niño y no teniendo la mente llena de ideas y conocimiento,
podría resolverme el problema que me había creado escuchando a los que saben.
Cuando le conté al niño lo de la caja,
me respondió sin pensar: Está como está. Y era verdad, estando vivo o muerto, siempre
está como está, abriendo o dejando de abrir la caja, el gato nunca ha dejado de
estar como está.
Y es que la semilla nunca deja de ser
semilla, incluso cuando ha estado enterrada y dado frutos, no deja de ser árbol
que ha dado frutos, la misma semilla, que ahora es lo que es.
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