No pretendo molestaros

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Yui Shin

sábado, 12 de julio de 2014

LA SANTIDAD DEL MONJE

          Hay una vieja historia que se cuenta en el mundo del Zen, que me ha vuelto a la memoria. Es de la dueña de una posada para los caminantes y una buena practicante del Camino. La posada estaba situada en un cruce de caminos, y era la última parada y descanso para muchos buscadores, al estar situada cerca de un monasterio donde había un buen Maestro. La dueña acudía cuando su tiempo se lo permitía a practicar con él, era una gran defensora del Budismo e intentaba ayudar a cuantos pasaban por su posada en la búsqueda del Camino.
          Un día, llegó un joven monje que deseaba profundizar en su forma de entender y vivir el Camino, sabiendo que el monasterio estaba lleno, le ofreció una casita de jardín que tenía desocupada, le alimentó, le dio ropas y cuanto necesitó durante siete años, durante los cuales solamente se dedicó a meditar y sus actividades para alcanzar la iluminación.
          La dueña de la posada viendo el porte, la forma de hablar, lo educado y piadoso que era el joven monje, quiso comprobar hasta donde llegaba su: virtud, entendimiento y la profundidad que había logrado.
          Con las primeras sombras de la tarde, mandó a una joven y bellísima doncella con una jarra de té, para ofrecérsela al joven monje. La joven llamó a la puerta, le ofreció lo que llevaba abriéndose el kimono, debajo del cual llevaba por única ropa su tersa piel.
          El joven monje, recordando sus votos de castidad, la rechazó con energía y de nada sirvió la insistencia de la joven, que fue rechazada como enviada del diablo para tentar la firmeza de los votos del joven monje. “Fuera, fuera, tentación enviada del diablo para probar mi santidad”.
          La joven fue a ver a la dueña de la posada, y le explicó lo que había pasado, el rechazo del joven, defendiendo con toda su energía, su castidad y santidad.
          No había terminado la explicación la bella joven, cuando la dueña en un arrebato de frustración, salió de sus aposentos, se dirigió a la cabaña del joven monje, gritando, “He estado alimentando durante siete años a un parásito, he perdido mi tiempo y dinero alimentando a un inútil, sal ahora mismo de mi casa, tú bueno para nada”. No bien hubo salido el joven, prendió fuego a la cabaña, reduciéndola a cenizas.
          Son historias que a veces son usadas como koan, es difícil de entender, que una simple posadera, pudiera dudar de la convicción de un monje para cumplir sus votos, que además el monje no había sucumbido en la prueba y había mantenido su castidad y santidad, a pesar de la belleza y facilidad para aceptar y poseer a la joven, sin que nadie se enterase al estar anocheciendo.
          Y además fue expulsado en plena noche por mantener sus votos.
          ¿Pero realmente había mantenido sus votos?, ¿había hecho lo que había prometido como buscador del Camino?, ¿En qué había pensado al rechazar a la joven?
          Uno de los votos que se hacen al ordenarse como monje, o en la ceremonia de, “Jukai” (16 preceptos del Bodhisattva), en el cual te comprometes a: “dedicar tu vida al servicio de los demás y no cruzar a la otra orilla hasta que el último ser sintiente o no, haya cruzado y esté a salvo”.
          Tras siete años en la posada, siendo atendido por todos y todas las personas que trabajaban allí, nunca había recibido ofrecimiento alguno. La rechazó simplemente por su santidad, por su salvación, por sí mismo, sin tener un solo pensamiento hacia la joven, ni importarle por las circunstancias por las que le estaba haciendo el ofrecimiento.
          La rechazó sin una sola pregunta, sin interesarse por ella, sin preocuparse por la salvación o las necesidades de un ser, que estaba justo delante de él en ese momento, sin ver si podía ser salvada o tan siquiera si era necesario.
          Había aprendido las escrituras de los sutras, conocía los preceptos del Zen en profundidad, seguía todas las reglas y preceptos, solamente para su salvación y recompensa final de la iluminación, pero había desatendido el Espíritu del Zen, que no difiere del de las religiones, ni del Espíritu del Tao, ni del Espíritu de la Vida: Todo es Uno, no puedes estar Completamente Iluminado si hay algo que no lo está. Si piensas solamente en tu pequeño ser, no se puede encontrar el Verdadero Ser, que somos.


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