Siendo todavía
un colegial, estuve afiliado al grupo de Acción Católica, estuve varios años,
incluso después de terminar el colegio con 14 años. Si mal no recuerdo tendría
unos 12 años, pronto comencé a preguntar acerca de la creación de Adam y Eva,
del pecado original, de muchos “por qué” de los que me presentaba la lectura de
la religión. Debo decir que de las respuestas que me dieron, no me dieron
demasiadas que
realmente llenasen mi pregunta, con la respuesta que dejara mi mente tranquila. Pasado el tiempo, los curas y monitores, pasaban cerca y ocupados o rehuían la conversación conmigo. Pasaron los años y en mis estudios nocturnos, los profesores de religión pronto comenzaron a rehuir también mis preguntas.
realmente llenasen mi pregunta, con la respuesta que dejara mi mente tranquila. Pasado el tiempo, los curas y monitores, pasaban cerca y ocupados o rehuían la conversación conmigo. Pasaron los años y en mis estudios nocturnos, los profesores de religión pronto comenzaron a rehuir también mis preguntas.
Obviamente, podría
haberme sentido enfadado, no solamente con los curas y profesores, que no eran
capaces de satisfacer la curiosidad de un niño, sino con el mismo Dios, que había
escrito, mandado escribir o dejado escribir un libro tan enrevesado.
Pero quién
era yo para juzgar si las explicaciones de esas personas, eran las mismas que
satisfacían sus inquietudes o su deseo de saber de Dios. Cómo podría enfadarme
porque Dios, hubiese dado libertad, no solamente para escribir, sino para
tantas traducciones que se habían realizado, a lo largo de cerca de 2000 años, hasta
lo que yo había leído.
Pero sí que
me sentí decepcionado y al principio un poco perdido, con 16 o 17 años deje de
ir a misa, de tener contacto con la Iglesia y solamente en raras ocasiones conversaba
acerca de la religión o de Dios. Con el paso del tiempo y tras años de leer,
western y novelas policíacas, y algunos libros entre medias, recuperé esa
curiosidad, por contestar esas preguntas que habían estado latentes, sin ser
realizadas durante años.
Leí “confieso
que he vivido” de Neruda, descubrí a Hermann Hess, con su “Demian, Siddharta,
El lobo estepario, ..”, a Khalil Hibran y poco después me presentaron a Víctor
el amigo con el que partiría de España, en un viaje que se alargaría durante 17
años. Él fue el que comenzó a dejarme libros, de temas filosóficos y
espirituales y con el que hablaba de ellos, desde un principio; en cuanto me
explicaba algo, surgían las preguntas y mis argumentaciones, nunca me importó, cuanto
sabía del tema o estar equivocado, mi máximo interés estaba en aprender y sacar
el máximo de su conocimiento. Para ello tenía que presentarle argumentos, que
me permitiesen forzar el que él tuviese que buscar explicaciones, en lo más
profundo de sus conocimientos.
Partimos un día,
de un mes, del año 1979, con 31 años, fuimos a Londres y de allí a India, donde comenzó
nuestro viaje realmente. Conocí el Budismo, Hinduismo, Jainismo y otras
religiones de las zonas por donde pasábamos, y algo se movió de nuevo, sobre
todo en Ajanta y Ellora, contemplando el paisaje y sobre todo las imágenes del
Buda.
Pero es en
una pequeña isla, perdida en el Pacífico, de entre 300 a 600 m2, cerca de la
Gran Barrera del Coral australiana, frente a Brisbane, donde me habían dejado
con: una sandía, un paquete de galletas, un bidón con agua, las sobras del
desayuno del barco que me había llevado y en el macuto aparte de la ropa, un
pequeño Nuevo Testamento en inglés.
Sin ver nada
alrededor sino agua, sin apenas espacio para moverme, sin árboles, solamente
había arbustos, en aquel pequeño pedrusco en medio del océano, durante una
semana, estuve en paz y a ratos leyendo el Nuevo Testamento. Creo que fue
cuando por primera vez me sentí de nuevo en paz con Dios y las respuestas a mis
preguntas se antojaron innecesarias, ¿quién puede dudar de un amigo?
Cuando llegué
a Japón no iba en busca de nada, no sabía realmente por que quería conocer el
Zen, pero todo me fue llevando hacia Bukkokuji, hacia el Roshi que sería mi
Maestro, el que no intentó enseñarme nada, el que no me preguntó por mi religión,
por mi cultura, ni por lo que buscaba.
Simplemente
me dio cuanto necesitaba y a mi pregunta de: ¿donde está Dios?, ¿quién es Buda?
No me contestó nunca, simplemente me quitó cuanto pudo de lo que me llenaba, hasta
que en ese Vacío, pudo vivir la respuesta en perfecta armonía con mis preguntas.
Vinieron las
experiencias, la primera sin entender nada de Zen, japonés, Meditación o de lo
que estaba pasando, cuando estaba pensando que, ¿dónde me había metido? y que
toda aquella gente no estaba bien de la cabeza, algo pasó que me hizo sentir el
sonido como algo propio, y dar golpes en la pared, gritando, llorando, al vivir
la separación entre el sonido y los que lo producían.
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