En un lugar
perdido, de las estepas del corazón de la Humanidad, vivía un hidalgo caballero
de mente soñadora, y perdido en los ideales. Tras años inmerso en los libros de
tiempos olvidados y casi mitológicos, en los que los caballeros recorrían los
caminos defendiendo a: las doncellas, la dama que hay en las mujeres, los débiles,
y a todo aquello que era sojuzgado o no le era permitido ejercer su libertad,
en aras del honor individual y colectivo. Defendiendo los pueblos y aldeas de
la tiranía de los dragones.
Viendo que
todo aquello solamente existía en las páginas de los olvidados libros. Que las
doncellas salían a los caminos a esperar a los viajeros, el corazón de las
mujeres no entendía nada más que de su confrontación con el hombre, que los
poderes de la religión, económicos y la nueva casta surgida, “los políticos”,
que a base de promesas, habían arrancado a los caballeros y los sueños de honor
y humanidad, del corazón y de la mente del pueblo, solamente habían creado un
pueblo que su único poder residía en obedecer y ser sojuzgado, sin nadie que le
defendiera, un día, por tanto sueño, sufrimiento y desilusión, perdió la
cordura de su alma.
Decidió,
buscar de nuevo a los caballeros, crear una nueva orden de caballería, que
defendiese y devolviese sus valores al pueblo. Montado en la fragilidad del
caballo de los sueños, sin más planeamiento que el de su corazón y humanidad,
en la terrible soledad de los soñadores, partió por los caminos surcados por
los horrores del poder, por los bosques de la inhumanidad, por descansar en las
posadas de las pesadillas de un mundo sin honor, ni valores.
Sus armas: la
doncella y dama Dulcinea, que habita en el corazón maternal de toda mujer por
vulgar que sea, el famélico caballo, el escudero que le ayudase a no olvidar
las necesidades del pueblo, embrutecido y con los solos conocimientos del saber
popular, los sueños de las promesas incumplidas, movido por las promesa de que
finalmente sería el que tuviese el poder en la ínsulas, los pueblos y las
ciudades.
Solamente pudieron
enfrentarse a los gigantescos molinos, los fantasmas, las sombras de los
poderes, que por más que eran buscados se escondían en los castillos de sus
mentiras, de sus ambiciones, de la ignorancia del pueblo que cuando Don Quijote,
solamente les dio el poder de la ensoñación, fue de nuevo engañado y burlado,
al no mostrar tener el corazón suficiente, para devolver la cordura a D. Alonso
Quijano, haciendo realidad los sueños del pobre y alocado Don Quijote.
Finalmente tras
sus peripecias y batallas con los molinos, la Inquisición, los pellejos de
vino, y todo lo que esclavizaba al pueblo, viendo que el pueblo, estaba
abotargado y feliz en su esclavitud, olvidados de honor, caballeros y el
peligro de los dragones, sabiendo con tristeza y amargura que era una batalla
perdida, regresó al pueblo, donde quemó los libros que recordaban que un día habíamos
sido caballeros andantes, defensores del honor y la humanidad en el corazón,
que no tenían nada más que ir por los caminos saludando a los paseantes, porque
todos éramos el pueblo, caballeros andantes de la Humanidad.
Todos los libros que recordaban, que el
pueblo no tiene que ver con las masas; que el honor y la fuerza, no tienen que
ver con el poder; que las metas no se consiguen con promesas incumplidas; que al
igual que en cualquier hombre, tiene que vivir el caballero, en toda mujer tiene
que vivir la dama, la doncella; que todo sueño crea sus propios fantasmas;
todos estos libros, destruidos, quemados, incluso sus cenizas nos tienen que
recordar: “Que el caballero cuando solamente existe en la enajenación y los
sueños, no solamente es porque ha muerto el pueblo, sino la humanidad”.
Cuando algo tiene que ser escrito,
cuando tiene que ser recordado, cuando solamente vive en la mitología, es
porque nuestros corazones se han secado, han dejado de estar en nuestro vivir,
para solamente mover la sangre que nos mantiene en el letargo de una Humanidad,
Caballerosidad y Honor muertas.
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