Hace millones
de años, cuando un grupo de monos estaba jugando, en una rama de la copa de un
gran árbol, no se dieron cuenta de que eran demasiados para estar juntos en una
sola rama, a consecuencia de ello, esta se rompió y los monos cayeron desde las alturas, como bajados del cielo.
El golpe les
rompió hasta las neuronas y con ello: huesos, genes y parte del cerebro (la
mayor parte) quedó afectada. A consecuencia de ello no pudieron volver a
subirse a los árboles, lo que fue el comienzo de: “Los monos que no pueden
subirse a los árboles”. Esto les creo problemas no solo de movimiento, sino
para ver cuando se acercaban los enemigos, pues no alcanzaban a ver por encima
de la hierba tan alta. Perdiendo en movilidad y rapidez, tuvieron que adaptarse
a caminar sobre dos piernas solamente, pareciendo así más altos, pudiendo ver un
poco más lejos.
Los monos pensaron en llamarlos: “Monos escoñaos por la caída
de una rama”, pero no solamente porque era un nombre muy largo, sino porque la “Ética
simia”, impide poner nombres despectivos, les llamaron: “Mono-minus”, que
significaba “menos que un mono”, o “mono inútil” en sentido figurado. Esto con
el tiempo y en la degeneración que sufrió este rama simia, se tradujo por omínido,
quizás por la nostalgia de: “¡Oh, mi nido!”. Posteriormente por vergüenza se le
cambió la “H” de lugar y se ocultó su verdadero significado por vergüenza,
quedando en “homínido”.
Al perder la
capacidad de subir a los árboles, jugar, ser ágil, vivir felices, correteando
por los bosques y jugando en las aguas de los ríos, se volvieron rencorosos y
comenzaron a desarrollar su capacidad de destrucción, evolucionando en el “Homo
ignoramus”. Dedicado a destruir los bosques, las montañas, los ríos, el aire,
todos los animales, incluido él, vengándose así de su impotencia para volver a
ser feliz.
Pero en su
alma quedó el recuerdo de su felicidad, cuando eran monos, jugueteando entre las
ramas, hermanados con los demás, sin destruir, solamente usando lo que había,
sobre todo siendo felices y agradeciendo a la Tierra, los alimentos y cuanto
les daba.
En su afán de
destrucción, se crearon: la ambición, que dio origen a muchas ramas de homínidos:
Políticos, nobles, reyes, sindicalistas, mafiosos, terroristas, religiones
adoctrinadoras lejanas a la Religión, y un gran número de subespecies. La envidia
que aparte de las especies anteriores, dio una especie diferente llamada “pueblo”
y “la creme de la creme” los serviles
borregos, que probablemente es la más numerosa, perteneciente a la clase del
pueblo.
Las costumbres de destrucción de los mafiosos, terroristas
y algunas religiones adoctrinadoras, ha dado origen al mito de Frankestein, que
es la reconstrucción de un “homínido”, recuperando su vida.
Unos los
trituran con máquinas, otros los queman y los más modernos, pues se ponen una
bomba, se meten en un grupo y se hacen papilla. ¿Qué es lo que le llega a Dios
para reconstruirlos de nuevo? Os lo podéis imaginar, pequeños trozos que a
pesar de su habilidad manual, lo de Frankestein era una belleza al lado de
ellos, que ni Dios puede evitar su monstruosidad.
Ahora comienza una nueva eternidad,
todavía podemos volver a ser monos, jugando, no destruyendo, siendo felices y
sobre todo conviviendo con el resto de la Tierra. Un día se cayó una rama, pero
no el árbol. La rama hizo su trabajo abonando a su origen, nosotros todavía
seguimos buscando cómo subir de nuevo al árbol. Solamente hay una manera en la
que no podremos hacerlo: “Cortándolo, ni destruyéndolo”.
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