Miramos y
hablamos de las religiones, viéndolas como algo que controla nuestras vidas,
que nos dirige en nuestras acciones y pensamientos, que maneja y decide nuestra
libertad.
Cuando buscamos
desesperadamente a Dios, cuando sentimos la más profunda soledad y abandono
perdidos en la Infinitud del Universo. Nuestra salida al no obtener nuestras
pretensiones, al sentir que no sabiendo realmente lo que tenemos que hacer, confiando
en que alguien nos lo dirá, o que podremos seguir a nuestro ego con total
libertad, negamos su existencia. Decidimos que una de nuestras creaciones y
conceptos, no deseamos más que exista.
Cuando al
mirar nuestro ombligo reflejado en lo que nos rodea, cuando al repasar nuestras
vidas, nuestras relaciones, nuestros logros, nuestro propio hacer y lo que
estamos aportando a la sociedad, pataleamos en defensa de ese yo que nos está
defraudando. Culpando a la familia, a las circunstancias, a los amigos, a la
soledad, a nuestras relaciones, a la sociedad, a que no gozamos de libertad debido a los poderes o a
nuestros deseos.
Mirando nuestra
convivencia, no solamente con las personas, sino con nuestra Madre Tierra, con
nuestro Padre Universo. Culpamos a los poderes, a los gobiernos, a la política,
a los demás, a la sobrevivencia.
Es este
sentimiento de impotencia, esta falta de amor por nosotros mismos, esa
desconfianza e inseguridad de nuestra valía, de nuestro propio ser, el que nos
lleva a hundir la cabeza empujando firmemente, en el agujero del no querer
saber, el no desear ver nuestra parte de responsabilidad, el no creer en
nosotros, el confiar en que alguien vendrá a iluminar el interior del agujero y
pondrá algo bonito para poder ver.
Nuestro objetivo
es almacenar amor, bien pidiéndolo, bien conservando el nuestro, defendiéndolo
y ocultándolo para que no nos sea robado.
Hemos olvidado
lo que nos han dicho los Maestros, esos que mirando y viviendo la definición de
Dios, escribieron la forma de relacionarnos con el Universo, con la Vida, con
los demás en su más amplia acepción, con nosotros mismos, con unas reglas que
nosotros mismos llamamos religión. Dijeron que Dios está en cada uno de
nosotros, algunos decidieron que los hombres, pero el Maestro dijo, “Los demás”, sin exclusiones: “Los minerales, las plantas, el viento, los
ríos, las nubes, los animales, el Universo, la Vida, ………………..”, pero lo
hemos buscado en lo demás, leyendo literalmente las palabras. Pero ese demás,
es cada “yo”, cada “individualidad”, porque nosotros somos
lo demás, para los otros.
No nos
dijeron que Dios está en uno u otro sitio, sino en cada uno, en Todo. Por eso
es difícil encontrarle, porque está en cada una de nuestras células, la religión
está en cada uno de sus corazones, por eso no pueden existir, si les negamos a
cada una de nuestras células manifestar lo que existe en ellas: “Dios”, no podemos percibir la Religión,
si no permitimos que cobre vida en nuestros corazones, a nivel universal y celular,
en todos y cada uno de los corazones.
No podemos encontrar la Humanidad en
los demás, porque la Humanidad somos nosotros y solamente puede ser percibida
cuando lo eres, cuando la conoces, cuando la vives, porque es entonces cuando podemos
ver nuestro reflejo en lo demás.
Pensamos que hay corrupción en la política,
pero: “¿Qué es la política, sino una más de nuestras actividades, de cómo nos
reflejamos en el exterior, en lo demás?.
No hay nada en el exterior que no sea
nuestra percepción, del propio reflejo. Somos individualidades que se
manifiestan creando otra individualidad. La última individualidad la hemos
llamado Dios, que es el reflejo de todas las individualidades. El Universo con
sus luces y profundas oscuridades, es el reflejo de las individualidades que
existimos en Él. La sociedad, la Tierra, la política, los deportes, son simples
manifestaciones nuestras, en las cuales vemos, lo que nosotros reflejamos en
ellas.
Somos los creadores de nuestro
Universo, de nuestro Dios, de nuestros dioses, de nuestras entidades, que
veamos una vida u otra depende de si nuestra percepción es desde el ego o el corazón,
pero independientemente de la forma en la que lo percibamos, siempre será el
reflejo de lo que somos.
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