No pretendo molestaros

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Yui Shin

viernes, 5 de agosto de 2016

EL NOMBRE


          Leía el otro día en un blog, que hay una tribu, en la que antes de ser engendrado el hijo, la madre comienza a componer su canción, con lo que siente su corazón. Posteriormente se la canta al que será el padre, ambos la cantan cuando lo están engendrando y a lo largo de la gestación, la tribu que también la ha aprendido, la canta. Al nacer, cuando es su cumpleaños, en cada ocasión importante, cuando equivoca su camino o hace cosas que no se corresponden con la humanidad que se supone en una persona o miembro de la tribu, le recuerdan cuál es su función que no es otra que hacer realidad su canción espiritual o guía, cantándosela.
          En la antigüedad, los nombres eran cuidadosamente elegidos, a veces por los padres, otras por los sacerdotes, por los brujos o por aquellos que veían el mundo de los espíritus, el mundo de los dioses, o los profetas. A veces eran por alguna marca que la vida le había dado, con la que había nacido, otras, alguna que había conseguido o le había sucedido en un momento importante en su vida.
          Si miramos las grandes obras, las historias de los héroes, todos tenían un nombre que se correspondía con sus hechos, con su forma de vivir, con su personalidad. Otras veces el nombre se correspondía con el trabajo o función para la que había nacido.
          Cuando mi Maestro nos daba un nombre, conforme ibas conociendo a la persona, cada vez veías más el por qué del nombre que le habían dado. Unas veces eran los valores que se tenían que pulir por estar en la persona, otras eran los que le faltaban para mostrar lo que se veía en ella, o lo que tenía en sus sueños de futuro. Otras eran la guía de lo que tenía que practicar para encontrar su verdadero camino.
          Lo que siempre podíamos ver, era una unidad entre el nombre y la persona, que no se les daba un nombre por bonito o famoso, que no era escogido al azar.
          Todos hemos oído acerca de la importancia del sonido, incluso sin significado, hemos escuchado de la importancia de la palabra y su correspondencia con lo que nombra. Hay un sonido por el que atenderemos a lo largo de nuestra vida, un nombre que definirá lo que somos o debemos ser. Pero nadie piensa en nuestros días, que sea importante para nosotros, sino que le guste a los que pertenecemos. A veces parece que hemos pasado de ser el futuro de la familia, de la tribu o grupo, la esperanza de una soñada humanidad, a la simple pertenencia a los que forman los grupos.
          Hay niños que casi desde que nacen, son llamados por su nombre completo, otros son llamados por diminutivos o abreviaciones, incluso de adultos. Si miramos la personalidad a veces descubriremos el porqué. Otras la gente al conocernos les decimos el nombre y muchas veces nos llaman por otro, sin conocerse entre ellos, a veces coinciden en el nombre que nos eligen.
          Un nombre no es todo lo que somos, pero es por lo que atendemos, por lo que somos llamados, por lo que nos conocemos, puede parecer poco importante, al ser solamente un sonido, una palabra, pero es el sonido, la palabra, por las que nos conocemos y somos conocidos, la que expresa de alguna manera lo que somos.
          Nos llamen como nos llamen, seremos lo que somos, pero puede haber armonía entre el nombre y lo que somos o no haberla.
          Podemos sentir paz al ser llamados o relacionarnos con nuestro nombre o sentir la separación. Una mano, una pierna, o las dos, cualquier parte no vital, parece que no son tan importantes, pues podemos hacer nuestra función sin ellas.

          El nombre es apenas una vibración al paso del aire por las cuerdas vocales, pero es lo que nos define, por el que somos conocidos, por el que sabemos quienes somos al ser llamados.


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