Leía el
otro día en un blog, que hay una tribu, en la que antes de ser engendrado el
hijo, la madre comienza a componer su canción, con lo que siente su corazón. Posteriormente
se la canta al que será el padre, ambos la cantan cuando lo están engendrando y
a lo largo de la gestación, la tribu que también la ha aprendido, la canta. Al
nacer, cuando es su cumpleaños, en cada ocasión importante, cuando equivoca su
camino o hace cosas que no se corresponden con la humanidad que se supone en una
persona o miembro de la tribu, le recuerdan cuál es su función que no es otra
que hacer realidad su canción espiritual o guía, cantándosela.
En la antigüedad,
los nombres eran cuidadosamente elegidos, a veces por los padres, otras por los
sacerdotes, por los brujos o por aquellos que veían el mundo de los espíritus,
el mundo de los dioses, o los profetas. A veces eran por alguna marca que la vida le había
dado, con la que había nacido, otras, alguna que había conseguido o le había
sucedido en un momento importante en su vida.
Si miramos
las grandes obras, las historias de los héroes, todos tenían un nombre que se
correspondía con sus hechos, con su forma de vivir, con su personalidad. Otras veces
el nombre se correspondía con el trabajo o función para la que había nacido.
Cuando mi
Maestro nos daba un nombre, conforme ibas conociendo a la persona, cada vez veías
más el por qué del nombre que le habían dado. Unas veces eran los valores que
se tenían que pulir por estar en la persona, otras eran los que le faltaban
para mostrar lo que se veía en ella, o lo que tenía en sus sueños de futuro. Otras
eran la guía de lo que tenía que practicar para encontrar su verdadero camino.
Lo que
siempre podíamos ver, era una unidad entre el nombre y la persona, que no se
les daba un nombre por bonito o famoso, que no era escogido al azar.
Todos hemos
oído acerca de la importancia del sonido, incluso sin significado, hemos
escuchado de la importancia de la palabra y su correspondencia con lo que
nombra. Hay un sonido por el que atenderemos a lo largo de nuestra vida, un nombre
que definirá lo que somos o debemos ser. Pero nadie piensa en nuestros días, que
sea importante para nosotros, sino que le guste a los que pertenecemos. A veces
parece que hemos pasado de ser el futuro de la familia, de la tribu o grupo, la
esperanza de una soñada humanidad, a la simple pertenencia a los que forman los
grupos.
Hay niños
que casi desde que nacen, son llamados por su nombre completo, otros son
llamados por diminutivos o abreviaciones, incluso de adultos. Si miramos la
personalidad a veces descubriremos el porqué. Otras la gente al conocernos les
decimos el nombre y muchas veces nos llaman por otro, sin conocerse entre
ellos, a veces coinciden en el nombre que nos eligen.
Un nombre
no es todo lo que somos, pero es por lo que atendemos, por lo que somos
llamados, por lo que nos conocemos, puede parecer poco importante, al ser
solamente un sonido, una palabra, pero es el sonido, la palabra, por las que
nos conocemos y somos conocidos, la que expresa de alguna manera lo que
somos.
Nos llamen
como nos llamen, seremos lo que somos, pero puede haber armonía entre el nombre
y lo que somos o no haberla.
Podemos sentir
paz al ser llamados o relacionarnos con nuestro nombre o sentir la separación. Una
mano, una pierna, o las dos, cualquier parte no vital, parece que no son tan
importantes, pues podemos hacer nuestra función sin ellas.
El nombre
es apenas una vibración al paso del aire por las cuerdas vocales, pero es lo
que nos define, por el que somos conocidos, por el que sabemos quienes somos al
ser llamados.
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