No pretendo molestaros

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Yui Shin

martes, 13 de septiembre de 2016

ELIGIENDO NUESTRO JUAN



3:1 En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,

3:2 y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca. 
        Cuando leemos los libros, que cuentan lo sucedido a los que aceptamos como mensajeros de Dios, tratamos de ver lo que dicen y cómo acaeció su vida entre nosotros.
        Vemos al primo de Jesús, que tras vivir en el desierto, ayunando y preparando su espíritu, anunció la venida del Verbo, del Hijo de Dios, del que traería el Espíritu a la carne.
        Pero hay algo que está más allá de la letra, de lo que cuenta el libro refiriéndose a la anunciación de la venida del Hijo de Dios. Todos nosotros somos Hijos de Dios, somos el Padre al igual que Jesús, somos la Fuente de la Vida Eterna.
        Nacemos de unos padres a la carne, a la materia, venidos del polvo encarnamos el mundo de la forma.
        Es nuestra voluntad, nuestra búsqueda de lo que somos, lo que nos lleva a descubrir que somos algo más que un cuerpo, que unas emociones, que un alma, que un espíritu, pero somos principalmente ese algo que busca. Pero busca el saber, el conocer, su realidad.
        Llega un momento que nuestra búsqueda encuentra que somos algo más, que estamos unidos al Creador, a Dios, al Ser, al Espíritu. Es entonces cuando comienza el despertar de Juan, del buscador que sabe que es algo más, que hay un Espíritu existente en él. Que encuentra que puede unirse al Espíritu.
        Se mantiene firme, sobre los dos pies, uno en la carne, el otro en el Espíritu, anunciando que somos Espíritu en realidad, pero en el conflicto de que solamente lo percibe desde la carne, desde la espiritualidad de la materia.
        Es la encrucijada en la que nos vemos todos, un día en nuestras vidas: caminar hacia la fama, el éxito, las posesiones, el deseo, hacia la espiritualidad o por el contrario, entregamos cuanto somos al Espíritu, al Ser, al Padre.
        Mirar al Padre, siendo sus hijos amados. O aceptar la responsabilidad de Ser el mismo Padre, abandonando la dualidad, el ego, la separación.
        Nos retiramos donde nuestra espiritualidad no sea molestada por los deseos de la carne, nos sumergimos en la vida material, o por decisión propia retornamos a nuestro origen, a nuestra realidad, Siendo el Padre.
        No hay un Juan de la Biblia, al que conocer, al que envidiar o rechazar, por su cercanía con el Hijo de Dios.
        Hay un Juan en cada uno de nosotros que tiene que decidir, en qué camino, situará su vida, su ser, su meta.
        Eso es lo que exige el conocimiento del Bautista, de Juan, somos de la misma familia de Dios, somos sus Hijos, existiendo antes que Él, para que pudiese ser Padre. Somos la misma Vida, el mismo Vacío en el que se manifiesta Dios. No hay nada que hacer para manifestarlo en lo que somos, pero queremos verle, queremos llegar, queremos encontrar, por medio del Camino Espiritual, a Dios, al Espíritu.
        Es simplemente el pie que decidimos ser, el de la materia, o el del Espíritu, lo que determinará lo que percibiremos. Pero solamente siendo los dos pies, podremos ser sin asentarnos en ninguno de los polos de la dualidad, el mismo Espíritu.
        Juan pierde su libertad, negándose a retornar a la carne, le es cortada la cabeza, la mente de la discriminación. Es entonces cuando Jesús puede continuar, caminando en la decisión tomada, llegar al Padre, aceptar que todos los Hijos de Dios son Uno con el Padre. Pero tiene que ser realizado individualmente, es por eso que solamente puede manifestar la firme decisión de: “Soy el Hijo unigénito de Dios”.
        Los demás, tenemos el Libre Albedrío para decidir, hacia qué lado de la balanza, se inclinará la decisión de nuestro Juan, la materia o el Padre, ser Hijos de la Carne o serlo de Dios.
        La Humanidad espera esa decisión, para manifestarse, porque solamente olvidados de la dualidad seremos Humanidad, en la carne seremos gente, viviendo en la dualidad.
        Ser Vida o existir viviendo, es nuestra decisión: Juan el hijo del hombre, Juan el hijo de Dios.
"Padre en tus manos encomiendo mi espíritu"


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