3:1 En aquellos días vino
Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
3:2 y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca.
Cuando leemos
los libros, que cuentan lo sucedido a los que aceptamos como mensajeros de Dios,
tratamos de ver lo que dicen y cómo acaeció su vida entre nosotros.
Vemos al
primo de Jesús, que tras vivir en el desierto, ayunando y preparando su espíritu,
anunció la venida del Verbo, del Hijo de Dios, del que traería el Espíritu a la
carne.
Pero hay
algo que está más allá de la letra, de lo que cuenta el libro refiriéndose a la
anunciación de la venida del Hijo de Dios. Todos nosotros somos Hijos de Dios,
somos el Padre al igual que Jesús, somos la Fuente de la Vida Eterna.
Es nuestra
voluntad, nuestra búsqueda de lo que somos, lo que nos lleva a descubrir que somos
algo más que un cuerpo, que unas emociones, que un alma, que un espíritu, pero
somos principalmente ese algo que busca. Pero busca el saber, el conocer, su
realidad.
Llega un
momento que nuestra búsqueda encuentra que somos algo más, que estamos unidos
al Creador, a Dios, al Ser, al Espíritu. Es entonces cuando comienza el
despertar de Juan, del buscador que sabe que es algo más, que hay un Espíritu
existente en él. Que encuentra que puede unirse al Espíritu.
Se mantiene
firme, sobre los dos pies, uno en la carne, el otro en el Espíritu, anunciando
que somos Espíritu en realidad, pero en el conflicto de que solamente lo
percibe desde la carne, desde la espiritualidad de la materia.
Es la
encrucijada en la que nos vemos todos, un día en nuestras vidas: caminar hacia
la fama, el éxito, las posesiones, el deseo, hacia la espiritualidad o por el
contrario, entregamos cuanto somos al Espíritu, al Ser, al Padre.
Mirar al
Padre, siendo sus hijos amados. O aceptar la responsabilidad de Ser el mismo
Padre, abandonando la dualidad, el ego, la separación.
Nos retiramos
donde nuestra espiritualidad no sea molestada por los deseos de la carne, nos
sumergimos en la vida material, o por decisión propia retornamos a nuestro
origen, a nuestra realidad, Siendo el Padre.
No hay un
Juan de la Biblia, al que conocer, al que envidiar o rechazar, por su cercanía
con el Hijo de Dios.
Hay un
Juan en cada uno de nosotros que tiene que decidir, en qué camino, situará su
vida, su ser, su meta.
Eso es lo
que exige el conocimiento del Bautista, de Juan, somos de la misma familia de
Dios, somos sus Hijos, existiendo antes que Él, para que pudiese ser Padre. Somos
la misma Vida, el mismo Vacío en el que se manifiesta Dios. No hay nada que
hacer para manifestarlo en lo que somos, pero queremos verle, queremos llegar,
queremos encontrar, por medio del Camino Espiritual, a Dios, al Espíritu.
Es simplemente
el pie que decidimos ser, el de la materia, o el del Espíritu, lo que determinará
lo que percibiremos. Pero solamente siendo los dos pies, podremos ser sin
asentarnos en ninguno de los polos de la dualidad, el mismo Espíritu.
Juan pierde
su libertad, negándose a retornar a la carne, le es cortada la cabeza, la mente
de la discriminación. Es entonces cuando Jesús puede continuar, caminando en la
decisión tomada, llegar al Padre, aceptar que todos los Hijos de Dios son Uno
con el Padre. Pero tiene que ser realizado individualmente, es por eso que
solamente puede manifestar la firme decisión de: “Soy
el Hijo unigénito de Dios”.
Los demás,
tenemos el Libre Albedrío para decidir, hacia qué lado de la balanza, se
inclinará la decisión de nuestro Juan, la materia o el Padre, ser Hijos de la
Carne o serlo de Dios.
La Humanidad
espera esa decisión, para manifestarse, porque solamente olvidados de la
dualidad seremos Humanidad, en la carne seremos gente, viviendo en la dualidad.
Ser Vida
o existir viviendo, es nuestra decisión: Juan el hijo del hombre, Juan el hijo
de Dios.
"Padre en tus manos encomiendo mi espíritu"
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