Nunca he comprendido realmente, cómo he sido feliz prácticamente
toda mi vida. Mis preguntas raramente han tenido respuesta.
“¿Cómo vería las cosas, si fuese Vacío?. Si Dios lo
sabe todo, si yo soy Dios, ¿Por qué tengo que estudiar?.
Si soy Vacío, no soy nada, y si soy nada, no tendría ojos para
ver, además si soy nada, no existiría, ¿Quién es entonces el que piensa todo
esto?, al final resulta que el Vacío de Buda, no es que no hay algo, sino que
es el algo el que es Vacío, al menos me quedé tranquilo, sabiendo que aunque
sea Vacío, sigo siendo yo, un algo.
Hay cosas que me cuesta aceptar, como cuando me hicieron
adulto, así de repente y sin yo saberlo.
Toda mi vida, me habían dicho que no cruzase solo la calle, así
que o iba con mis padres, mi hermano mayor, un adulto o esperaba que viniese
alguien que me cruzase.
Era interesante, poder ir al otro lado para ver lo que había,
a veces me imaginaba lo que habría en el otro lado de la calle, pero se me olvidaba
y lo que veía me sorprendía siempre, lo único, que tenía que esperar para
cruzar.
Un día que tenía curiosidad por ver algo que habían inaugurado
en el otro lado de la calle, me quedé al borde de la acera, esperando a alguien
para cruzar, pasado un rato y cuando comenzaba a impacientarme, sentí una mano
que sujetaba la mía, al volverme aliviado, contemplé a un niño que sujetaba
firmemente mi mano, confiado en que le ayudaría a cruzar la calle.
No sé realmente cuando me convertí en adulto, pero fue quizás
el momento de mayor felicidad de mi vida, cruzar al otro lado al niño que vive
en mí.
No puedo imaginar cuantas civilizaciones, cuantos niños se han
extinguido a este lado de la calle, sin nadie que les cruzase, en ciudades
donde los adultos se habían extinguido,
al no crecer los niños.
Niños que esperan: “Un gobierno, una religión, un dios, una sociedad, que les sujete la
mano y les lleve a la acera de la felicidad, del amor y de la humanidad”.
Mientras, Dios el Adulto, con un pie en cada acera, con una
mano que sujeta ambos lados de la calle y la otra sujetando firmemente la nuestra,
mantiene la absoluta certeza de que un día, construiremos la calle, para vivir
en ambos lados, mientras discurre por toda ella un río de Humanidad.
Somos el niño que desea cruzar, pero tenemos que ser el adulto
que construya la calle, el que sepa lo que ha creado a cada lado, el que sujete
la mano de su eterna niñez, para poder conocer los dos lados de la calle, encontrando
la humanidad no solamente en el centro del camino, sino en ambas orillas.
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