Dicen que Lázaro ha muerto, que por no vivir al cementerio le
han llevado, en oscura tumba le han colocado,
pobre cuerpo abandonado.
Pasó por allí la Vida, dicen que un tal Jesús, Hijo de Dios,
viendo que no vivía el cuerpo, alegría le ha dado.
Alguien escribió que había resucitado, que de nuevo su cuerpo
caminaba, que a su casa había llegado.
El cuerpo de quien vive tiene Vida, muere ese cuerpo que no es
amado, cuando por querer vivir, lo que somos olvidamos.
Lázaro no vivía, su cuerpo fue abandonado, en tumba fría, en
cementerio olvidado.
Un día llegó el Amor, a Lázaro ha besado, y en abrazando su
cuerpo, juntos han caminado.
Marchó de su casa, donde el cuerpo habitaba, casi abandonado. Pero
al recibir amor, al hogar finalmente juntos han regresado.
Los cuerpos
son de carne y hueso, si nadie vive en ellos, al estar sin vida, son llevados
al cementerio. No mueren como cuerpos sino del abandono de que alguien los
habite. Pensamos que es nuestro ego, ese yo, del que nos libera la Vida cada
cierto tiempo, para que podamos intentarlo otra vez, el que muere y le
abandona. Pero el abandono es nuestro egoísmo, nuestra incapacidad de vivir en
el Amor, único camino para la Eternidad. Creándole de nuevo al nacer otra vez.
El cuerpo
es necesario para vivir, para existir en la dualidad, en la existencia de
manifestación del ego. No importa el nivel, frecuencia vibracional o energética,
donde es necesario un cuerpo para poder manifestarse en ella, la manifestación
de un cuerpo individual, solamente se realiza en la dualidad. Percibir que
tenemos un cuerpo, saber que existimos en él, implica dualidad.
Cuando leemos
la Biblia, miramos a Lázaro como alguien externo, alguien que tenía la suerte
de ser amigo del Hijo de Dios, y eso le permitió tener la oportunidad de volver
a vivir. Pensamos que por intercesión de Su Hijo, Dios hizo regresar el alma de
Lázaro del lugar donde estuviese, de nuevo a habitar el cuerpo, permaneciendo
encerrada en él hasta que Lázaro olvidase vivir de nuevo. Que Dios, olvidó los
derechos del alma para ser libre, en lugar de habitar en un cuerpo, con las
ventanas y puertas guardadas con los barrotes y cadenas del ego.
Olvidamos que
lo que nos dice, lo que nos enseña, es lo que nosotros entendemos, lo que
nosotros aceptamos como nuestra responsabilidad.
Cuántos momentos
de nuestra vida o nuestras vidas, no nos sentimos muertos, faltos de ganas de
vivir, desesperados y de nuevo pasa la Vida ante nuestro ojos, recobramos el
Amor y las ganas de seguir viviendo, despertando un nuevo día.
Somos el
Hijo de Dios que tiene que darle vida al cuerpo, porque si no vivimos, el
cuerpo no tiene razón de existir. Hemos creado un cuerpo que necesita que le
mantengamos vivo, que depende de que seamos Vida para él.
Solamente cuando
existimos en el Amor, somos Vida Eterna. Somos el alma que anima el cuerpo. Somos
sus Creadores, somos sus responsables para que no sea abandonado, en el lugar
donde vive lo que no está viviendo: “Oscura
tumba, en campo santo, abandonado está el cuerpo, porque no le has amado”.
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