Cuando el hombre gesta, alumbra, da a
luz a Dios, ha estado viendo cómo podemos agruparnos, que no importa cuán
pequeño es algo, puede formar parte de una nueva individualidad, que integra a
lo pequeño engrandeciéndolo, al transformarse en una individualidad mayor y más
importante.
Formamos
parte de la familia, formamos parte de la tribu, de un entorno, llegamos a una
humanidad donde sólo las personas están integradas y llegamos a vernos como una
individualidad llamada Tierra. Pero seguimos viendo la Luna, el Sol, las
Estrellas, comprendemos que podemos ser todavía más grandes, más importantes y
creamos para ello el concepto de una individualidad llamada Universo. En parte,
es nuestro sentimiento de pequeñez, en parte nuestro ego, lo que nos lleva a
una constante insatisfacción de encontrar lo máximo que podemos ser. Es
entonces cuando probablemente se gesta el concepto Dios, no como alguien que
nos creará o ha creado, sino como la máxima expresión de nuestra propia individualidad.
Al ver la
relación, de las diferentes individualidades que se integrarían en un concepto
abstracto de una individualidad, que integraría algo llamado: “El Absoluto”, sin importar si existía o no, si era conocido o
desconocido, perceptible o imperceptible, era Lo Absoluto, lo que recibe de la
Humanidad el nombre de Dios, pues somos los únicos, que hemos creado el nombre
para el que no puede saber de su propia existencia, de sí mismo, por ser
Absoluto, no sabe de sus individualidades, pero nosotros sí sabemos lo que
somos, “Somos Dios”.
Pero al
desarrollar la relación entre las individualidades, como creadores del concepto
encontramos que somos los responsables del resultado, y esta responsabilidad
nos pesa, por lo que al intentar escapar de ella, cambiamos los términos y
gestamos y creamos el proceso inverso, en el cual es nuestro propio concepto de
Dios el que nos crea a nosotros, haciéndole por tanto, el responsable de
nuestra vida, no solamente como personas, sino como Universo, nuestro grupo mas
grande como especie, el humano, lo trasladamos a una supuesta meta a alcanzar
desde nuestra creación, llamada Humanidad, en la que se integra la
responsabilidad sobre las plantas y animales, al darles nombre y cuidarlas en
el hipotético Paraíso que es la Casa de la Humanidad.
Le damos
nombre a ese supuesto dios que nos ha creado, haciéndole más pequeño al
despojarle de su Absolutez y creamos los códigos de relación y los sistemas de
pago por nuestro comportamiento, pues nos parece indigno hacer cosas por nada.
Es una
cuestión de tiempo el que, si nos va mal cambiaremos los códigos y el nombre de
un dios que no nos reporta beneficios. Si nos va bien y obtenemos riqueza, es
cuestión de tiempo que nos envidien y quieran robarnos al dios que nos protege
tan bien y nos paga tan espléndidamente.
Pero en
todo este tiempo, lo que no hemos recobrado, no es el entendimiento de nuestro
concepto de Dios, que lo comprendemos muy escondidamente, por eso a veces
incluso lo negamos, no porque nos moleste formar parte de Dios, sino porque lo
único que no estamos preparados es, para aceptar la responsabilidad que
conlleva ser creadores de la Vida que tenemos.
Es más
fácil olvidarnos de lo que somos, “Seres Humanos, Vida, coparticipes y corresponsables de la Sociedad
en la que vivimos, los Creadores de Dios, lo Absoluto”.
Para ello
es imprescindible el Amor, la entrega, la aceptación el conocimiento de que las
individualidades que se integran en otra tienen que ser diferentes, y sobre
todo, la Responsabilidad de que Dios solamente puede vivir en cada uno de
nosotros, pues no hay otro lugar donde pueda manifestarse al ser, Absoluto Ser.
No podemos hacer nada en el Nombre de
Dios, porque somos los que creamos su nombre: Amor, cuando amamos; Justo cuando
tenemos suficiente; Paz, cuando al amarnos vivimos en el respeto, nuestro y de
los demás. No importa cómo le llamemos, es en nuestro vivir donde reside el
Nombre de Dios.
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