A veces, nos preguntamos el por qué las tentaciones o las miserias en las vidas de los
Maestros, fueron tan terribles, tan intensas, tan difíciles de aguantar.
Quizás
olvidados, de que la mayor tentación que es soportada es la de Dios, que pone su
Creación equidistante del Cielo y el Infierno, siendo Él su propia Creación.
Nosotros
en cambio, pensamos que las dificultades, los sufrimientos, las tentaciones son
innecesarias, a pesar que lo que somos se lo debemos a la evolución de
adaptarnos a las dificultades o pruebas.
Es esa
bacteria o principio de vida, esa forma que no tiene neuronas, ADN o cualquier
lugar donde almacenar un recuerdo, pues acaba de nacer desde la Nada, sin
ninguna experiencia, solamente una Consciencia tan integrada en ella que no
puede ser tan siquiera: Consciente de ser. Que le recordará eternamente su
procedencia: La Nada, el Vacío, la Inexistencia.
Es la
dicotomía de saber lo que somos, pero tener en ello el origen de nuestros
miedos, tratando por ello de encontrar una algo que ser, que nos permita
aferrarnos, apoyarnos en nuestras tribulaciones o simplemente ver en algún
lugar qué es lo que somos, olvidando que somos ese que ve, ese que siente, ese
que percibe lo que creemos ser.
Hemos llegado
a la época del buenismo, cansados de las prohibiciones nacidas de otra época de
buenismo anterior. Necesitamos saber que estamos protegidos por las leyes, por
las opiniones de los demás, necesitamos que nos digan que es correcto lo que
hacemos, lo que pensamos, lo que decimos. Enseñamos a ser positivos, a hablar,
pensar y tener buenos sentimientos.
Pero al
igual que las plantas demasiado protegidas, vamos perdiendo la capacidad de
respetarnos, de amarnos, de aceptarnos, como somos, como la semilla que tenemos
para conseguir lo que queremos ser, sin críticas, sin que podamos dudar de que
crecerá lo que nosotros seamos de crear de la semilla.
Necesitamos
que sean los demás los que protejan y cuiden la semilla de nuestro ser. Olvidando
que somos esa Nada que un día tomó forma en un lugar desconocido, convertida en
una semilla única, primeriza, sin experiencia que creció siendo Universo. Soportando
la explosión de su interior, convirtiéndose en polvo, en partículas creadoras
de: “Constelaciones, estrellas, planetas, aíre, oscuridad, luz, agua e
innumerables formas, todas nacidas de esa semilla de Nada”.
Luchar contra
adversidades es nuestra Naturaleza, pues es en ella de donde procede nuestra
evolución.
En Zen, son
los nuevos Maestros los que más fueron castigados en su etapa de discípulos,
pues no se trata de aprender unas enseñanzas transmitidas, habladas o escritas,
sino de hacerlas crecer en la tierra de nuestro ser lo que hace el Maestro. Porque
ser Maestro no es continuar lo aprendido, sino crear lo que somos.
Es por
ello, que la leona arroja de vuelta al abismo a los cachorros una y otra vez,
incansable, inmisericorde, cuando están a punto de salir, de nuevo son lanzados
al fondo del agujero. Cuando con su último esfuerzo uno de ellos continúa
esforzándose por salir de la oscuridad, del abismo donde es arrojado una y otra
vez, la leona Madre, sabe con seguridad que ha dado a luz un León. El Maestro
sabe con seguridad, que su roar será escuchado, que podrá vivir solitario en lo
alto de la montaña, sin nadie que le diga, le enseñe, le ayude, solo en Eterna
Soledad, conteniendo en su corazón la totalidad del Universo, sintiendo su renacer en el nuevo Maestro.
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