¿Cuánto tiempo
hace, que existimos en este nuestro Universo llamado Tierra?
¿Cuántas
Tierras habremos creado antes de esta?
Nosotros,
nuestros padres, nuestros ancestros, la hemos habitado al tiempo que la hemos
ido creando.
Le hemos
dado nombre a cada ser que hemos percibido, en su individualidad y su
agrupación en nuevas individualidades.
En una
existencia en la que el Vacío es su Naturaleza, en la que el: “Oro, el león, las
hojas, los ojos, las ramas, las estrellas o el viento”, no saben lo que son.
Donde no
encuentran diferencias con: “Plomo, las aves, las uñas, las raíces, los océanos o la lluvia”.
Donde todo
ello, por medio de la Alquimia se transmuta en Vacío.
Caminamos y
damos vueltas en la Rueda de la Existencia, caminando en el Laberinto del que
pretendemos salir con las alas de la mente, que fácilmente pueden ser derretidas
por la desilusión y la ilusión.
Es precisamente
esa capacidad de vernos, de conocer de nuestra individualidad diferente y
separada, la que nos impide ver que somos Tierra, que nuestras partes, células
y átomos, solamente es lo que nuestro Vacío permite existir en él, como
manifestación de lo que somos.
Pero es el
Libre Albedrío, el que nos impide saber qué es lo que nos llena. Por eso lo que
nosotros vemos como león, el león no puede verlo, no puede percibirlo,
solamente: “Es león”, si intentase decidir
lo que es el león, estaría quebrantando el libre albedrío de la manifestación
que ocupa el Vacío en el que puede manifestarse la esencia del León.
El Libre
Albedrío, no es decidir lo que somos, sino la aceptación de serlo. Así es como
existe cuanto percibimos en la Tierra, nuestro Universo individual.
Todo existe
en la felicidad de ser lo que es, no en su vida, sino en su existir en cada
ahora. Ejerciendo el Libre Albedrío que son, aceptan ser las circunstancias,
condiciones y forma de lo que está siendo manifestado en su Vacío.
La botella,
la copa, la caja o cualquier vacío, puede recibir el nombre de su contenido: “Botella de agua,
copa de vino, caja de zapatos”, posible
solamente por ser algo vacío, al igual que botella, copa o caja.
Ícaro,
vivió en el Laberinto, tratando de salir de él trató de volar con las alas
fabricadas por su padre Dédalo. El padre, manteniéndose en su altura propia,
logró salir. Ícaro subió por encima de sus posibilidades y el calor del sol
derritió la cera que unía las plumas, pereciendo en el océano de las emociones.
Seguimos tratando
de saber lo que somos, lo que es nuestro Universo, olvidando que ya nos hemos
dado nombre: “Humanidad”, donde todo cuanto
es manifestado en el Vacío de nuestra Naturaleza es como hermanos, como
manifestación de un mismo Padre, de una misma y única Naturaleza, que es lo que
llamamos Humanidad.
Nos llamamos:
“Hijos de la Vida, Hijos de Dios”,
donde ambas Individualidades, careciendo de Entidad, manifiestan la Naturaleza
de cuanto es acogido en su Vacío, siendo y manifestándose como nosotros las
percibimos.
"Somos Tierra,
somos Universo, somos Humanidad, somos Vida, somos Dios”, siempre que seamos el
Vacío que acoge como Naturaleza de cuanto es acogido.
Pero como
individualidad separada, somos un Vacío lleno de nosotros mismos, que es la
naturaleza del ego. La incapacidad, de ser algo más que nada.
Es el Vacío
el que no tiene Límites, al ser aquello que es acogido, sin por ello ser algo.
La lluvia, no sabe de agua, de nubes, de viento, de lluvia, pero riega de Vida
la Tierra.
Ser una
individualidad separada o diferente, es el llenarnos de nosotros mismos,
incapacitando la posibilidad de ser algo diferente o algo, lo que llevará a la
frustración del ego: “Percibir que eres algo, siendo Nada”.
El león se
asusta, cuando ve su imagen en el agua del río, porque es la semilla del ego,
si llegase a identificarse con el reflejo de su ser, quedaría atrapado no
pudiendo ser lo que es en la Realidad de su Ser.
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