A veces
cuando leemos, tratamos de entender el escrito, otras, nos centramos en las
frases, las menos, en las palabras sueltas, que si nos resuenan solemos colocar
en la memoria rodeadas de otras nuestras, para recordar lo que entendimos de
ella.
Hay libros, que enseñan que todo cuanto existe, está comprendido en la invisibilidad del
aroma de una flor. Incluso podríamos decir que el aroma de todas las flores,
está contenido en la palabra flor.
Pero, qué
sería de las flores sin el sol, sin la noche, sin los insectos.
Cualquier palabra,
tiene todo cuanto le aportan sus letras. Todo cuanto le aporta el conocimiento.
Pero lo que verdaderamente contienen las palabras, cualquiera de ellas, es: “La Vida”.
Es algo,
que solamente la Sabiduría puede aprehender, no por entenderla, sino porque se
hace el Vacío, la Nada, donde: “Es escrita, donde suena, donde se realiza o es escuchada”, siendo la Palabra, que no suena, se escribe o contiene
letras, la Palabra del Silencio, cuando se desprende del Silencio y la Palabra.
Cuando leemos
y podemos olvidar el libro o el soporte donde están las palabras, las palabras
y a quien está leyendo, podemos dar vida a las palabras, que desaparecen al
hacerse realidad, que es difícil de separar de la que llamamos real.
Vivir las
palabras, casi sin llegar a entender lo escrito, simplemente viviéndolo, nos da
vivencias, aprendizaje y conocimiento que difícilmente podremos encontrar en la
realidad, que nos carga con los deseos, con nuestras opiniones o
discriminaciones, que la mayoría de las veces nos impide vivir el momento tal
cual está sucediendo.
Pensamos que
lo que aprendemos es lo que alguien escribió, pero la mayoría de las veces, lo
que se escribe es lo que entendemos.
Incluso cuando
memorizamos las palabras, creyendo que eso es aprender lo que dice el escrito,
lo que vivimos, con ese ruidoso silencio que es escuchado en nuestro interior al
leer, no permite nada más, que recojamos lo que hemos sido capaces de asimilar
de lo entendido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario