No recuerdo el tiempo que llevaba con
mi Maestro. Pero durante días y tras la impotencia sufrida en las entrevistas
de dokusan, puse mi mente a pensar, las respuestas y argumentaciones que podría
darme y rebatir todas las que pudiese darme.
Era algo inaudito, pues la realidad es,
que más que explicarme, se dedicaba a preguntarme o sorprenderse de mis
preguntas y argumentaciones. A veces sólo respondía: “De verdad”, “realmente”, “increíble”,
“so desu ne”, que señalaban a que mis preguntas eran inteligentes y correctas,
así como mis explicaciones.
Pero por alguna razón la campana sonaba
dando por terminada la entrevista.
Fruto de esta frustración, preparé la
pregunta, mi mente fue llevada a encontrar argumentaciones y respuestas a
cualquier comentario o pregunta que hiciese el Maestro y a la primera ocasión,
fui corriendo y ocupé posición para entrar cuando llegase mi turno.
Al entrar hice las tres postraciones y
le miré a los ojos, mostrando que esta vez presentaría batalla, que mi cuerpo,
mente y conocimientos me acompañaban como fieles escuderos, a demostrarle que
mi conocimiento y entendimiento, habían llegado a cotas altas.
A mi pregunta, no recuerdo si
respondió o si me preguntó a su vez, pero sin saber de dónde y quién hablaba,
sonó una respuesta absurda, que no tenía nada que ver con lo que mi mente y yo habíamos
preparado.
El tiempo que duró el dokusan, estuve
tratando de encontrar a quien había usurpado mi lugar, quien respondía cosas
absurdas y que yo no habría usado como respuesta, cosas que ni en momentos de
responder y decir absurdos, se me habrían ocurrido.
Pero el Maestro, siguió hablando con
esa desconocida y misteriosa voz. Yo trataba de saber quién estaba hablando,
razonaba y usaba la mente para encontrar la lógica de las respuestas que escuchaba,
mientras trataba de silenciar esa voz, que se escapaba a mi control, que no
utilizaba mi amada mente para hablar.
Ese día duró más de lo habitual el
dokusan, al salir miraba tratando de encontrar quién había usurpado mi puesto
en la entrevista, enfadado por la cantidad de sin sentidos que había dicho, la
mente avergonzada de que alguien pudiese pensar que había sido ella la que lo
había organizado, mientras “yo” observaba, tratando de saber si había sido, un
boicot del cuerpo por algo equivocado o la poca atención que le prestaba, de la
mente por usarla a mi antojo, o ese alma a la que no miraba apenas.
Pero la voz, regresó en las siguientes
conversaciones con mi Maestro, hablaba con Él de cosas absurdas, que a mí me
daría vergüenza decir, por su inconsistencia y poca base lógica y mental, al
menos de la mente que yo había entrenado para que me sirviese.
Pasaron años, antes de que permitiese
a esa voz, incorporarse a mi vida, a mi manifestación. No tuve más remedio que
aceptar su incorporación, pues temía que ocupase mi vida echándome a mí, o se
apoderase de mi mente y la llevase a pensar de forma absurda y fuera de la
realidad.
Hoy, tras décadas, cerca de cuarenta
años después, no la dejo hablar por mí, pero sí que yo escribo lo que ella
dice, para que cada uno ocupe su lugar: La mente, el cuerpo, el alma y ella, la
voz que tantas veces me llevó la contraria, diciendo cosas absurdas, que no he
entendido el porqué el Maestro parecía saber qué responder.
No me interesa lo que habla esa voz,
pero sí, que me ha ayudado a cuando me pregunto, no usar la mente entrenada por
mí para preguntar, analizar y comparar, para realizar las preguntas, sino
tratar de hacerme las preguntas que me haría el Maestro, para responder desde
el lugar donde Él se sienta.
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