Hay tanta desesperación en contemplar que todo aquello que tenemos, que deseamos, que nos rodea, va desapareciendo continuamente sin descanso.
Vemos cómo vamos quedándonos solos,
porque cuanto nos acompaña y hace que sintamos bienestar desaparece, hasta que un día
perdemos al único que no nos ha abandonado en nuestra vida terrenal: nuestro
cuerpo, dejando abandonado no sólo a nosotros, sino a cuantos cuentan con
nosotros, que son privados de nuestra presencia.
Si miramos a nuestro alrededor, quizás
con mirada que permita ver en la lejanía y la profundidad, podríamos ver cómo
nada se va, cómo nada se aleja de nuestras vidas, si no es, para que
encontremos al único que no podemos encontrar, a ese yo que somos, a ese ser
que es nosotros mismos.
Cada amanecer, el Sol ilumina nuestro
despertar, consigue que la luz penetre en nuestras vidas. Nos gustaría que
nuestro vivir estuviese iluminado. Pero el Sol sabe que no estamos solos, que
al otro lado, en otro mundo, hay quienes viven en la oscuridad sin su
presencia.
Así que viaja errante por el cielo,
tratando de recordarnos, que no podemos ver nuestra luz en su presencia, que no
es Él quien tiene que iluminar nuestra vida.
La Luna, nos recuerda que el Sol no se
ha ido, que está iluminando a los demás, para que en la esperanza de todos, siga
viva la llama de la luz propia. Ella solamente refleja la luz del Sol, sabe que
no puede haber luz, sin la existencia de la oscuridad, que permite iluminar a
la luz y que puede reflejarla en su oscuridad, para que veamos y recordemos que
la oscuridad es lo que tenemos que iluminar, que puede ser iluminada y llevar
la luz que emitimos a otros mundos, a otras personas y vidas.
Nos enseña, que cuando están cerca, la
Luna desaparece, pues la luz del Sol impide que su oscuridad pueda ser vista,
al estar iluminada. Pero que la otra mitad, sólo queda iluminada por estrellas
lejanas, algunas de las cuales no tienen existencia en la dualidad.
Nuestras vidas pueden estar
iluminadas, por leyes, por creencias, por conocimientos, por ese Sol que nunca
nos abandona, por muy extremas que sean las circunstancias, regresando incluso
cuando todo está cubierto con nubes negras.
Pero seremos reflejo de la Luz, un
simple espejo, que refleja la luz que hay en su vida. Luz a la que no le da
vida, al no ser luz propia, sino, la que ilumina nuestra oscuridad.
El Sol y la Luna, regresan cada día,
cada noche, más mayores, diferentes, pero siempre trayendo la luz que han dado
y reflejado desde el principio de los tiempos, desde antes de que naciese el
tiempo.
Nada desaparece, nada se va, porque en
cada amanecer, la luz que lo ilumina es la que ha evolucionado y asimilado
todas las oscuridades que ha iluminado.
Cada día que nos levantamos, en
nosotros están todos cuantos hemos sido en los infinitos ahora, y lo que hemos
vivido, aprendido y asimilado de cuantos han existido a nuestro alrededor en
todos los amaneceres que hemos vivido.
Somos el producto final de
innumerables vidas y amaneceres, que nos recuerdan que la Luz tiene que estar
en nosotros si queremos ser Amanecer.
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