Son las palabras las que originaron la confusión, al pretender que fuesen la Torre que nos llevara al Cielo.
Las palabras nos confundieron, al
encontrar significados y funciones diferentes en cada persona.
Perdimos la capacidad de escuchar, tratando
de encontrar la Verdad en lo que decíamos, en los nombres que le asignábamos a
cuanto nos rodeaba y a nosotros mismos y nuestras partes.
Olvidamos que las palabras nos
conectan con Dios y que los nombres que ellas confieren son los nombres de los
Hijos de Dios, el Nombre de Dios, el Nombre, la Palabra.
Oímos música, sin escuchar las palabras
de los instrumentos. Escuchamos el sonido de las estrellas, el del Universo,
sin escuchar sus voces, sus palabras.
Oímos el sonido del mar, del viento,
de los árboles acariciados por el viento, de la hierba que permite caminar en
voces de silencio, sin escuchar sus voces, sus palabras, la pronunciación de
nuestros nombres.
Hablamos en oraciones, en
encantamientos, en mantras, en poesía, en silencio, sin escuchar las palabras,
los nombres de la Vida.
Nos recordamos unos a otros que son: “Sólo
palabras, sonidos, verborrea, nombres que no dicen lo que algo es”.
Y es que hemos perdido la facultad de
escuchar, porque es la Vida la que habla, es la Vida que nos recuerda que los
nombres que recibimos nos hacen responsables de unas funciones.
Decimos que la Vida tiene una
Naturaleza Vibracional, pero creemos que las palabras son sólo sonidos, que los
nombres son sólo algo que sirve para que podamos hablar entre nosotros, en
verborrea interminable, en la que sólo importa lo que decimos, sin que sintamos
la necesidad de saber lo que dicen los demás, sólo sirve lo que hemos entendido
de palabras y sonidos que apenas hemos escuchado o leído.
Y es que el Cielo usa sólo palabras
para hablarnos, Dios tiene un nombre por el que llamarnos y por el que Ser
llamado.
Pero cuando hablamos sin escucharnos,
sin escuchar a cuanto nos dice el Universo, son sólo sonidos articulados, sin
significado y sin que sean el nombre de la Vida que nos rodea.
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