Olvidamos, que dos manzanas más una
manzana, nunca pueden ser tres manzanas, que necesitan una rama o algo de donde
colgar, un plato, fuente o cesta, o quizás un suelo donde poder estar.
Si eso desaparece, no habría donde poner
tres manzanas, por muchas matemáticas que sepamos. Podemos plasmarlo en un
papel, escribirlo en el suelo, en el agua, en un árbol, pero moriríamos de
hambre, con profundo conocimiento de matemáticas.
Hay personas que un día, intuyeron,
sintieron, percibieron algo que les permitió, no sólo ver la manzana, sino el
aíre, el agua, el sol que la habían alimentado, la cesta que la había cobijado,
el hambre que había satisfecho.
Fueron los primeros filósofos, aquellos
que vieron explicaciones a la Vida, que traspasaban el vivir diario.
Tras ellos, muchos aprendimos sus
percepciones y las razonamos. Creamos las escuelas filosóficas donde por medio
de la razón intentamos saber lo que es la Vida, lo que es el Universo, lo que
es Todo.
Al igual que cuando unimos en una
misma cesta, dos manzanas y añadimos otra al día siguiente, siendo conscientes
de que había dejado de haber dos manzanas de ayer y una de hoy, necesitando por
tanto darles un solo nombre a todas las manzanas de la cesta, es después cuando
las escuelas crean las matemáticas, para que por medio de la razón recordásemos
el nombre dado a dos manzanas de ayer y una de hoy, en una misma cesta. Todos sabemos
hoy en día que hay tres manzanas.
Pero hemos dejado de percibir: el
aíre, el agua, la rama, el suelo, el Sol que permiten que la manzana pueda
existir.
Hemos creado la filosofía de la razón,
del análisis, de la mente, que es capaz de explicar cuanto percibimos y a veces
lo que imaginamos, pero que es incapaz de ver lo que la intuición, la
consciencia, pueden conocer más allá de lo que puede ser razonado.
Creemos que cuando conocemos
profundamente las enseñanzas, la letra, las explicaciones de la filosofía, de
la Vida, del Universo, de Dios, hemos encontrado la Verdad de lo que son, de lo
que Es.
Olvidando que no hay explicación o
conocimiento, que pueda calmar el hambre. El conocimiento no es el alimento
para nuestro cuerpo o nuestro corazón, menos aún para nuestra alma, para
nuestro Espíritu.
Cuando vemos la cesta, las manzanas,
cuando percibimos lo que permite su existencia, creemos que estamos percibiendo
todo. Olvidando que en ese todo, faltaríamos al menos nosotros, los que percibimos,
la percepción misma.
No importa que podamos percibir al
Universo entero, ni que creamos, que hay un Todo al que dimos el Nombre de Dios.
No importa que nos entreguemos a un
Dios Eterno, Infinito, No-Nacido, sin Principio, sin Final, porque no podemos
darle el Nombre de Dios, a algo que siendo Todo, no nos incluya a nosotros.
Nada ni nadie, puede enseñarnos a
Dios. Nada ni nadie, puede mostrarnos, definirnos o crear un Nombre para Dios.
Dios es Dios, cuando no tiene Nombre,
cuando nada ni nadie puede llamarle, cuando no hay quien pueda escuchar el
Silencio de Dios, mientras el Universo canta, los pájaros reciben y despiden al
Sol cada día, el viento mece las flores y la hierba, siendo Su Silencio.
Dios no puede nacer, porque llegaría
el momento de morir. Porque Dios no nacerá, mientras alguien o algo le dé
Nombre, mientras algo o alguien se sienta que no es Dios.
Pero no es saber que lo somos, lo que
alimentará nuestro Espíritu para serlo, sino alimentarnos de Amor, hasta que el
Amor no tenga nada que alimentar.
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