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Yui Shin

jueves, 7 de enero de 2021

LAS ESCUELAS

           Cuando sabemos que dos más uno, son tres, olvidamos que las matemáticas se crearon para que los nombres se correspondiesen con la experiencia de nuestro vivir.

          Olvidamos, que dos manzanas más una manzana, nunca pueden ser tres manzanas, que necesitan una rama o algo de donde colgar, un plato, fuente o cesta, o quizás un suelo donde poder estar.

          Si eso desaparece, no habría donde poner tres manzanas, por muchas matemáticas que sepamos. Podemos plasmarlo en un papel, escribirlo en el suelo, en el agua, en un árbol, pero moriríamos de hambre, con profundo conocimiento de matemáticas.

          Hay personas que un día, intuyeron, sintieron, percibieron algo que les permitió, no sólo ver la manzana, sino el aíre, el agua, el sol que la habían alimentado, la cesta que la había cobijado, el hambre que había satisfecho.

          Fueron los primeros filósofos, aquellos que vieron explicaciones a la Vida, que traspasaban el vivir diario.

          Tras ellos, muchos aprendimos sus percepciones y las razonamos. Creamos las escuelas filosóficas donde por medio de la razón intentamos saber lo que es la Vida, lo que es el Universo, lo que es Todo.

          Al igual que cuando unimos en una misma cesta, dos manzanas y añadimos otra al día siguiente, siendo conscientes de que había dejado de haber dos manzanas de ayer y una de hoy, necesitando por tanto darles un solo nombre a todas las manzanas de la cesta, es después cuando las escuelas crean las matemáticas, para que por medio de la razón recordásemos el nombre dado a dos manzanas de ayer y una de hoy, en una misma cesta. Todos sabemos hoy en día que hay tres manzanas.

          Pero hemos dejado de percibir: el aíre, el agua, la rama, el suelo, el Sol que permiten que la manzana pueda existir.

          Hemos creado la filosofía de la razón, del análisis, de la mente, que es capaz de explicar cuanto percibimos y a veces lo que imaginamos, pero que es incapaz de ver lo que la intuición, la consciencia, pueden conocer más allá de lo que puede ser razonado.

          Creemos que cuando conocemos profundamente las enseñanzas, la letra, las explicaciones de la filosofía, de la Vida, del Universo, de Dios, hemos encontrado la Verdad de lo que son, de lo que Es.

          Olvidando que no hay explicación o conocimiento, que pueda calmar el hambre. El conocimiento no es el alimento para nuestro cuerpo o nuestro corazón, menos aún para nuestra alma, para nuestro Espíritu.

          Cuando vemos la cesta, las manzanas, cuando percibimos lo que permite su existencia, creemos que estamos percibiendo todo. Olvidando que en ese todo, faltaríamos al menos nosotros, los que percibimos, la percepción misma.

          No importa que podamos percibir al Universo entero, ni que creamos, que hay un Todo al que dimos el Nombre de Dios.

          No importa que nos entreguemos a un Dios Eterno, Infinito, No-Nacido, sin Principio, sin Final, porque no podemos darle el Nombre de Dios, a algo que siendo Todo, no nos incluya a nosotros.

          Nada ni nadie, puede enseñarnos a Dios. Nada ni nadie, puede mostrarnos, definirnos o crear un Nombre para Dios.

          Dios es Dios, cuando no tiene Nombre, cuando nada ni nadie puede llamarle, cuando no hay quien pueda escuchar el Silencio de Dios, mientras el Universo canta, los pájaros reciben y despiden al Sol cada día, el viento mece las flores y la hierba, siendo Su Silencio.

          Dios no puede nacer, porque llegaría el momento de morir. Porque Dios no nacerá, mientras alguien o algo le dé Nombre, mientras algo o alguien se sienta que no es Dios.

          Pero no es saber que lo somos, lo que alimentará nuestro Espíritu para serlo, sino alimentarnos de Amor, hasta que el Amor no tenga nada que alimentar.



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