En los comentarios se veía que la juventud
es menos religiosa, que la mujer trabaja y no tiene por qué aguantar como
antes, que para estar juntos no hace falta un contrato, y algunas cosas más que
no recuerdo.
El matrimonio existía antes del
cristianismo, ha existido con unas condiciones u otras en prácticamente todas
las sociedades que se conocen. Ha habido grupos o sociedades, donde no había el
matrimonio entre dos personas, sino que todos eran libres de estar con la
persona que estuviese de acuerdo en estar con otra. Sociedades donde se podía
tener varias esposas y repudiarlas, sociedades donde era natural la
promiscuidad femenina, tras una guerra donde había pocos hombres.
Pero lo que sí hubo todo el tiempo fue
el compromiso con la vida, con la continuidad. El matrimonio no era con una
persona, era con la familia, con los hijos, a los que se había traído a un
mundo sin tener en cuenta su voluntad, su libertad, su libre albedrío, sólo el
deseo de ser padres, el egoísmo de tener quien nos cuidase, continuase nuestra
familia o simplemente el tener quien nos ayudase en nuestro trabajo y lo
hiciese cuando envejeciéramos.
Era que había que cumplir con ellos,
con nuestra responsabilidad como padres y con nuestro compromiso de responsabilidad
de su crecimiento como personas.
Cuando una tribu o sociedad, era libre
en las relaciones sexuales, no olvidaba la responsabilidad de cuanto nacía de
ellas, al igual que el compromiso de un matrimonio.
Hoy, nuestra confianza en que alguien
arreglará nuestra irresponsabilidad, nos lleva a buscar sólo la satisfacción
del momento, no la de cumplir con la responsabilidad de un mañana de felicidad
y armonía con los problemas que hayamos creado.
Hemos encontrado una sociedad en la
que la responsabilidad de la familia está en el gobierno y los poderes, que
tienen que crear puestos de trabajo, salarios, precios, seguridad ciudadana y
social, y cuanto sea necesario para conservar nuestra libertad, nuestra
felicidad y bienestar.
Ignorando que el gasto de vigilarnos
en: nuestra conducta, honradez, sinceridad, profesionalidad, irresponsabilidad
y el daño que hacemos a nuestro propio ser, lo tenemos que pagar nosotros.
Cuando el precio es mayor que lo que merecemos de salario por lo que
producimos, el resultado es una sociedad de diferencias y pobreza de la
mayoría.
Pobreza que no es sólo económica, pues
el resultado siempre es una pobreza de principios y valores, que nos empobrece
independientemente del estatus social.
En parte es lo que nos lleva a no
aguantar, a no aprender, a no poder cumplir con nuestros compromisos, con
nuestras responsabilidades, porque el matrimonio no es con la pareja solamente,
sino con nuestra vida que es parte de la Vida.
El matrimonio lo hemos convertido en
sexo y compañía para nuestra soledad.
Tenemos problemas con esa Ley de sólo
el sí es sí, derivada de que lo importante es nuestro deseo, podemos decidir:
Pero no importa si quien decide es el hombre o la mujer, lo importante es que
haya respeto de ambos.
Nos tienen que obligar con leyes y
castigos a que manifestemos nuestra responsabilidad con la humanidad. Algo que
no tendría que ser tema de debate, sino de vergüenza individual y propia.
Un Juez, no tendría que ceñirse a la
Letra de la Ley, para determinar lo que es Justicia, porque la Justicia sería
que no hubiese sucedido el hecho.
Nunca una mujer tuvo que decirme que
sí, no recuerdo que tan solo una de las mujeres con las que tuve relaciones
tuviese que hacerlo, porque antes y después de la relación la respeté como
mujer.
Un matrimonio no nace de un papel,
sino de la responsabilidad y el respeto, al igual que cualquier otra relación.
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