Pero lo que realmente vemos por la
ventana, no puede ser lo mismo, la realidad es que debería ser diferente cada
vez que nos asomamos a ella. Algo que nos asegura, la inseguridad de lo que
vivimos realmente.
El Zen dice que no hay puerta, que no
hay barrera, la razón es que no hay quien pueda verla o cruzarla. Tampoco hay
un lugar donde se pueda ir o que esté separado de otro.
He comenzado a pasar a Word, el libro,
“El Sendero del Mago”, de Deepak Chopra, estoy corrigiendo el capítulo 2, lo
que significa que apenas lo he leído.
El libro trata sobre las enseñanzas de
Merlín a Arturo cuando era niño, antes de que este pudiese empuñar la espada,
que permanecía en la profundidad de la roca, al no poder ser empuñada por
nadie, que consiguiese romper la oscuridad con ella.
Le obliga a mirar desde la ventana, no
importa que no exista realmente, no importa que no haya nada que ver, ni que
tan siquiera pudiese asomarse a ella. Le obligaba a mirar, sin importarle si
quería, si no le importaba lo que veía, o si le gustaba el mundo que veía desde
ella.
Al mismo tiempo le decía cosas que
Arturo no podía entender, y que le llevaban a preguntarse, el por qué había
permanecido con Merlín y permitido que este le criase.
Porque cómo podría Merlín explicarle
lo que veía desde su ventana. No obstante una y otra vez, le explicaba mundos
de quimera, de sueños, mitológicos, que obviamente no eran visibles desde la
ventana de Arturo, no importa que ambos mirasen siempre desde la misma y única
ventana.
Años y años, de tiempo perdido en
pintar cada mañana una ventana desde donde mirar. Obligando a un niño a mirar
desde ella, con ojos de adulto.
Pero un día Arturo, blandió la
espada, reunió a los caballeros que soñaban, luchaban y se esforzaban por
encontrar aquello a lo que habían dedicado sus vidas: El Reino de Camelot.
Todos sentados alrededor de una mesa
redonda, donde no había cabecera o laterales, donde no había un lugar diferente
del otro, pues la mesa estaba en una sala sin muros, sin adornos, o cualquier
cosa que hiciese diferente un asiento del otro.
Todos eran iguales, pero las funciones
de cada uno eran diferentes, había quien buscaba el amor, otro la belleza, la
paz, la igualdad, todos eran buscadores del sueño, de lo imposible. Sentados alrededor
de una mesa, confortando, apoyando, defendiendo al discípulo de Merlín, sus
enseñanzas.
Su responsabilidad, era proteger a los
indefensos, a los ignorantes, a los pobres, a los necesitados y a los
equivocados, porque todos debían vivir en Camelot.
Protegerlos de sí mismos, de los
abusadores, de los violadores, de la oscuridad y la separación.
Recordando lo que decía alguien desde
hacía varios siglos, un mundo sin Discriminación, sin ambiciones, sin ira,
donde el único habitante fuese Buda.
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