Obviamente pasamos nuestra vida
tratando de responderla, sin darnos cuenta de que es la única individualidad
universal, que no podemos ver, percibir o conocer.
La respuesta se suele encontrar en la
renuncia a la búsqueda. Una renuncia, que no puede ser dejar el esfuerzo o la
dedicación a responderla.
El hecho de que la mano, lo único que
no puede tocar sea la mano en su totalidad y tenga que hacerlo tocando unas
zonas con otras o incluso con otra parte del cuerpo. Que el ojo lo único que no
puede ver realmente sea el ojo. Nos señala el camino del conocimiento de
nosotros mismos.
La materia, la mente, las emociones o
cualquier parte nuestra, sólo puede ser percibida por las demás o partes de
ellas, perciben otras diferentes.
Pero el conflicto nace, cuando
queremos conocer la totalidad de lo que somos. Lo que somos, no puede
percibirse si miramos una parte como totalidad o lo que somos como algo que es
una individualidad única.
Al igual que el ojo, tenemos que recurrir
al espejo para poder ver su reflejo y tener una idea de lo que es y cómo es.
Nuestro espejo es el Universo, al que
podemos conocer en la totalidad del espejo, pero no su reflejo, que somos
nosotros. Una individualidad que observa el espejo desde fuera y es reflejada
en él.
Aunque no parece importante, es quizás
la primera percepción que nos llevaría a considerar la existencia de un Dios
único y Absoluto.
Este Dios tendría que Ser, el espejo y
lo que es reflejado, la Dualidad, el Yin y el Yang, que tiene que conocer
profundamente quien se mira, para alcanzar la Abstracción de que el espejo y él
son uno, que no es un reflejo, sino una realidad que es parte del espejo.
Pero mientras el ojo se ve en el
reflejo, no percibe lo que es realmente, sólo puede percibirse como reflejo. Sólo
cuando deja de verse, puede convertirse en espejo o ignorancia, que son las dos
salidas: A la Dualidad o al Todo.
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