Las mayores alegrías y penas las
tenemos recordando y relatando, momentos que hemos vivido, en los que sentimos
alegría, frustración o pena.
Todos conocemos la felicidad, si bien
un gran número no somos conscientes cuando la vivimos, y no somatizamos en
nuestra personalidad esos momentos. Casi siempre porque la felicidad que
recordamos, es cuando nos explicamos el por qué la hemos sentido, al recordarlo
o contárselo a los demás.
Todos en algún momento de nuestras
vidas, hemos sentido felicidad al vivir algo que nos sorprende: Un paisaje, un
acto de amor, la entrega de alguien, o cualquier hecho que nos conmueve y nos
hace vivir.
Inmediatamente, cuando apenas hemos
vivido el momento, comenzamos a intelectualizar la belleza del paisaje, el buen
corazón de esa persona, la alegría de un animal, o simplemente el olor de una
flor o una persona amada.
Son hechos que por un instante nos hacen
vivir como felicidad, que rompemos inmediatamente al racionalizarlo.
En general nos perdemos en
razonamientos y análisis de lo que vivimos, de lo que nos rodea, porque al
final hemos alimentado a un poder que nos domina: la mente, a través de la cuál
vivimos y experimentamos el vivir.
Pero no es la mente el problema, sino
nuestro uso de ella, y el haber delegado nuestra responsabilidad de lo que
somos, aceptando lo que ella percibe y nos muestra que es nuestro vivir.
Creemos que el problema es la
Dualidad, pero realmente la felicidad está en la entrega, por la que el Yin y
el Yang, sólo puedan existir siendo una misma individualidad.
Ser Todo, es algo que no es pensable,
ni explicable, sin que haya algo fuera. Nosotros Somos, en ese instante de felicidad,
incluso habiendo Consciencia de serlo. Pero en el momento en que sabemos de esa
felicidad y por qué lo somos, hemos dejado de serlo.
La Vida carece de Unidad, de Amor, de
Felicidad y de casi todo lo que pensamos que existe en Ella, porque sólo puede
tener lo que nosotros ponemos al vivir.
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