El nombre se adquiere por: la mente,
las emociones o la acción u omisión de actividad, pero al final cada grupo o
individualidad de nuestro Universo, recibe un nombre por el que es conocida.
Como todo en la vida, el que nosotros
nos llamemos o no, tiene una mitad verdad y otra mentira. No nos llamamos por
el nombre por el que somos conocidos por los demás, independientemente de
nuestro estado en dicho momento. Pero obviamente ponemos nuestro nombre real:
Por cómo estamos pensando, cómo sentimos o cuál es nuestra actividad o
inactividad en ese ahora.
Pero en cualquier circunstancia, el
nombre siempre sucede cuando existimos en Dualidad. Cuando tenemos un hijo recibimos
el nombre de padre o madre, simplemente por la percepción de existir un hijo y
sus padres, significa que existimos en dualidad.
La existencia de Dios, se realiza
fuera de la manifestación dual, por lo que no puede recibir ni tan siquiera el
nombre de Dios.
Pero nosotros no sólo le damos un
nombre que complemente el de Dios, le damos también calificativos: Creador,
amor, eterno, y todos los calificativos que se le dan en las religiones.
Para reconocerle y aceptarle como nuestro
Dios, tiene que: Ayudarnos a vencer en las guerras, darnos felicidad, protegernos,
conservar nuestra salud, nuestro bienestar, darnos éxito en nuestro vivir y
cuantos deseos surjan en nuestra existencia.
Cuando no somos recompensados con todo
esto, por aceptarle como el único Dios verdadero y nuestro, buscamos otro más
poderoso o que al menos nos dé más que este.
La mayoría de las veces, nuestra
desidia nos puede llevar, simplemente a aceptar el Dios de los que viven mejor
que nosotros o nos han vencido.
Lo que nos lleva a que nuestro Dios,
sólo puede existir mientras nosotros conservemos nuestra manifestación en la
dualidad y existan nuestros enemigos los demás y nuestros amigos o que hacen lo
que decimos. El bien representado por nosotros y el mal instaurado por los
demás.
Y es que tener un Dios, que
consideramos nuestro, al que le damos un nombre para diferenciarlo de los
Dioses de los demás, del que decimos que es nuestro creador, defensor y
protector, pero que en realidad pensamos que es una posesión nuestra, que de
alguna manera nos pertenece y debe concedernos cuanto deseamos, sólo es un Dios
del sueño, de la irrealidad, pues sólo existe en nuestra imaginación y
frustración.
Dios no tiene nombre propio, no
atiende por cómo le llamemos, no atiende por nuestra raza, sexo o religión,
porque su nombre es Humanidad, si nos comportamos como seres humanos; es
Verdad, si nos respetamos y somos sinceros entre nosotros; nos concede nuestros
deseos cuando nos hemos esforzado por hacerlos realidad, no sólo para el yo
pequeño, sino para el Yo.
Un Maestro Zen dijo que: si veíamos a
Buda o a Dios que le matásemos, porque obviamente no era el verdadero, sino una
imaginación nuestra.
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