La obediencia y gratitud a los padres,
dando algo innecesario, a quienes creían necesitarlo, vino que festejase la
unión de dos personas.
Curando y devolviendo a los cuerpos lo
que habían perdido.
Pero, sobre todo, lo que de verdad
quería decirnos es que Dios, no es vengativo, que sobre todo es Amor. Y que Él
o cualquiera que se sienta hijo de Dios, de la Vida o del Universo, debería
amar a todo lo que se considera su prójimo: “El resto del Universo”.
Nosotros en nuestra constante lucha
por mantener nuestra ignorancia, le clavamos los pies, para que no pudiese
caminar o moverse en el camino del Amor. Le clavamos las manos, para que no
pudiese abrazarnos, pero el Amor, renace y sigue viviendo, para aquellos que
abren su corazón, y le transforman en el templo donde vive Dios, el Todo, el
Amor, lo Infinito, lo Absoluto, todos nosotros y nuestro Universo.
El olvido de que amemos al prójimo, el
que no olvidásemos el “ojo por ojo”, de los dioses enseñados y creados
anteriormente, llevó al olvido de la Enseñanza Crística, de establecer el amor
en nuestro vivir, renunciando a las envidias y venganzas, a los odios y
ausencia de respeto.
Nos quedamos con las palabras y lo
escrito, para repetirlo con la boca y aprenderlo con los ojos y los oídos. Con
un corazón cerrado, donde no podía entrar el Dios de Amor, que era lo que nos
dijo con su vida.
Tuvimos que retornar a las religiones
antiguas, para tratar de recordar lo que no habíamos aprendido: hinduismo,
animismo, budismo, taoísmo, o cualquier enseñanza que hablase de Dios.
Pero olvidamos, que Dios no puede
nacer en un corazón cerrado, que no puede existir sin Amor, que no son las
palabras sino el Amor, lo que nos transforma en sus hijos.
En nuestros tiempos, seguimos
caminando en las palabras de los grandes sacerdotes, en lo que nos enseñan los
libros, pero hemos olvidado, que en una sociedad donde se vive inmersos en el
Amor, no hay necesidades, pobrezas, guerras, ambiciones, envidias, odios, ni el
vivir de la delincuencia, el abuso y la violación de los demás, ese prójimo que
nos dijeron que había que amar, como a nosotros mismos.
Si no respetamos la Vida, a los demás
o a nosotros, Dios no puede nacer en nuestros corazones, en nuestra sociedad o
nuestras vidas.
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