Mi Maestro, nunca nos hablaba, nunca
nos decía lo que teníamos que pensar, ni tan siquiera lo que era correcto para
Él. Es quizás por ello, porque nunca pretendió enseñarme, por lo que lo escogí
como Maestro.
Obviamente, para que realmente lo sea,
no es que yo lo escoja o Él me elija a mí. Para tener un Maestro, lo único que
le permite nacer es que seamos discípulos.
Ese Silencio de mi Maestro, hablando
continuamente, riendo e interesándose por todos y por todo, me hizo preguntarme
si sería Sabio realmente, pues silencio, lo que llamamos silencio, apenas lo
conocía.
Pasados los años, me doy cuenta que el
Silencio del Maestro, no es el no producir sonido u olvidar las preguntas y las
respuestas. Ni tan siquiera que lo que entra por un oído salga por el otro,
exactamente igual.
El Silencio del Maestro está en
escuchar, no lo importante o la verdad, sino Todo. Especialmente al ignorante,
porque es quien más le necesita, no por su falta de conocimiento, sino si está
equivocado.
Aprender escuchando Todo, sin dejar de
preguntar y responder, sin permitir que su discriminación convierta su silencio
en falta de sonido, por considerar que es insignificante o innecesario.
El Sabio no es por cobardía, por la
que no muestra su conocimiento, ni es valor que el ignorante, no deje de decir
cosas. Porque la Sabiduría, no depende del conocimiento o de decir o no decir,
sino de escuchar y aprender de cuanto se escucha.
La Gratitud del Maestro, es explicar
su entendimiento de lo que decimos, pues Él al igual que los discípulos, sólo
podemos portar nuestro entendimiento, respetando el de los demás, sin
enjuiciarlo, sin pensar que está equivocado por no coincidir con nosotros, o
porque contradice a quien consideramos un Maestro del que seguimos sus
enseñanzas.
Escuchar y aprender, sin importar qué,
sin prejuzgarlo, sin discriminarlo, sin aferrarnos a la afirmación o la
negación, son pasos que nos encaminan al Silencio, y cuando perdamos el
Silencio o el Sonido, cuando desaparece el yo, comenzamos a caminar en la
Sabiduría.
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