En nuestros días, tenemos la
inmensa fortuna de estar rodeados de información por todas partes, transmitida por:
buenos libros, grandes maestros y una gran diversidad de medios. No como en la antigüedad,
cuando era el boca a boca o la copia de libros, en los cuales era difícil que
no hubiera errores.
Hoy todas las grandes enseñanzas están
impresas, prácticamente en cualquier lengua y difundidas por el medio con mayor
difusión de nuestro tiempo, “Internet”.
La generalidad de lo que
aprendemos y por la brevedad en la que quiero exponer mi visión, podríamos
resumirla en estos términos.
“Hay que erradicar el mal, apartar
de nuestras vidas todo lo negativo, no ser apresados por los sentimientos de
culpabilidad, cambiar nuestro pasado y sus repercusiones, amar a quien nos ama
y separar de nuestras vidas a los demás, olvidar o anular a quienes nos han
hecho daño, todo ello, circunscrito a un montón de frases en las cuales
definimos lo que son las cosas y lo que hay que hacer para tras una gran pelea
con las circunstancias, lograr ser felices, para poder amarnos”.
La mayoría de las veces, lo que
hay tras lo que yo entiendo, es: pelea, rechazo, selección, eliminación,
ignorar, elegir y sobre todo una enseñanza hacia, llevarnos a mirar solamente
nuestro propio ombligo, nuestros intereses, opiniones y crear una vida en la
que cuando nos vaya todo bien, podremos amarnos, para ello solamente hay que
erradicar el mal, y que todo sea como nos gusta.
Otro aspecto extendido en muchas
de las frases, es la culpabilidad de los demás o que la causa de los problemas
y los nuestros en particular, proviene de ellos. Culpable de todos los males es
la mente, la gente que no ama, la que no expresa, los que se aprovechan de
nuestras buenas actitudes. En fin, hay también el otro aspecto, pero el que deberíamos
corregir no es el bueno. El día que logremos parar la mente, ver a nuestro Ser
Luminoso, y no tengamos a quien culpabilizar, no pienso que nos sintamos más
felices. Si el cuerpo pierde la Mente, será un trozo de carne; si el ser que es
más nuestro que no es el Luminoso, no está para recibirle y buscarle,
perderemos toda posibilidad de encontrarlo. Es la razón por la que los Maestros
nos dicen que nos amemos, tal cual somos.
Hubo en Japón un Maestro Zen, que era muy respetado, venerado y querido,
por las gentes que vivían en los alrededores.
Un día, los padres de una hermosa
muchacha, vieron con vergüenza e indignación, que a pesar de estar soltera,
estaba muy embarazada.
La comenzaron a interrogar para que confesara el nombre del padre, a lo
que se resistió cuanto pudo. Finalmente y transcurrido un tiempo de intenso
forcejeo, finalmente acusó a Hakuin.
Los padres indignados y enfurecidos, fueron a ver al Maestro. Al que
le lanzaron toda su indignación; debido a que al ser monje no podía casarse, le
dijeron que le llevarían a la niña para que se hiciese cargo de ella. A lo que
Hakuin simplemente contestó, “¿Ah, sí?, bien”.
Después de nacer la niña fue llevada a Hakuin. Para entonces ya
había perdido su reputación, algo que no le molestó, pero cuidaba muy bien de
la niña. Obteniendo la leche y todo lo que necesitaba para cuidarla, de
las gentes.
Un año más tarde, la madre de la niña, no pudiendo soportar más los
remordimientos o estar separada de su hija. Dijo la verdad a sus padres:
“el verdadero padre de la niña, era un joven que trabajaba en el mercado de
pescado”.
Los padres de la joven, fueron inmediatamente a ver a Hakuin, para
pedir perdón y disculparse profundamente avergonzados, expresándole a Hakuin,
el deseo de recuperar a la niña.
Hakuin lo aceptó todo. Al cederles la niña, lo único que dijo fue:
“¿Ah, sí?, bien”.
Un viejo Maestro Zen, dijo que: hacer la más
pequeña distinción entre el bien y el mal, haría que nuestras vidas
transcurrieran en el Cielo y el Infierno.
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