Quién, en
algún momento de su vida, no ha querido: aprovecharla mejor, obtener más riqueza
o conocimiento de ella, tener una vida más espiritual, que la vida en el mundo
fuese mejor, o conseguir, la mayoría de todo lo que queremos hacer y obtener de ella.
En casi todas
las ocasiones, nos levantamos y luchamos por conseguir, todo lo que nos han
prometido que se puede obtener en y de la vida. Para nosotros es una cuestión
de ganar, de conseguir todo ello, por medio del esfuerzo, la lucha, la
dedicación, entregándonos en cuerpo y alma a la pelea, para conseguir nuestros deseos.
dedicación, entregándonos en cuerpo y alma a la pelea, para conseguir nuestros deseos.
Me pregunto, cuantos de nosotros se ha sentado ante: un plato de cocido, una ensalada o un
trozo de pan relleno de miga dura, con esta actitud. A nadie se le ocurre, pensar
que tiene que luchar con un plato de comida, para conseguir sus proteínas,
carbohidratos y vitaminas.
Durante años, he estado intentando explicar esta teoría, para mí y la mayoría de las personas
que conozco. Solamente será una realidad, para los que consigan ponerla en
práctica.
El cuerpo se
alimenta de comida, la mente de la suya, el alma también necesita encontrar sus
alimentos; pero, ¿de qué se alimenta y desarrolla mi ser?, obviamente no puede
comer lo que comen las otras, no es que no sean importantes los otros
alimentos, pero a mi ser lo que realmente le alimenta es “mi vida”. Cuando la
disfruto, la mastico bien, la dejo fluir por la traquea hasta el estómago, es
tan fácil de digerir, de aprovechar todo lo que había en el plato, que siento
una enorme felicidad, cuando el estomago la digiere con tanto amor, sin apenas
atacar la vida que me nutre, con sus, enzimas y ácidos. Apenas hay lucha por
aprovechar sus vitaminas que enriquecen mi alma, sus proteínas que me dan
fortaleza, sus carbohidratos que me dan constancia.
Qué necesidad
tengo de decirle nada a la comida, que no tiene oídos, si para mostrarle mi gratitud,
solamente tengo que: prestarle la atención y el respeto que se merece; aprovechar
el máximo de lo que me ofrece, masticando hasta que todo mi ser no perciba la más
mínima separación y mi saliva este totalmente formando parte de ella; aún
entonces, en su profundo amor por mi, me permite que no tenga que integrarla conmigo y la pueda escupir; pero si la dejo entrar en mi interior, me dará toda su
vida, energía y cuanto es, para que pueda integrarla en la mía.
Cómo podemos
vivir: con energía, amor, felicidad y sanos, cuando permitimos que nuestro
propio cuerpo, que solamente es un trozo de carne, huesos y fluidos, y está a
nuestro cuidado, trate los alimentos: sin prestarles atención, comiéndolos
deprisa y tragándolos, sin saber qué son; discriminándolos eligiendo y
rechazando continuamente, para luego no saber lo que nos hemos tragado; mirando
y husmeando en el plato, para ver si lo que hay en él es de nuestra preferencia
o no.
El trozo de
carne, la mente, el corazón, el alma, no saben comer, somos nosotros sus
maestros, los que determinamos la forma y calidad, de cómo se alimentan. La forma
de alimentarnos no es diferente para cada una de ellas, nosotros “somos uno” y
nuestra totalidad se alimenta igual, en la forma y calidad que “yo me alimento”.
Comer lo que
hay en el plato, con atención y respeto, sin elegir o discriminar, nos enseña a
vivir la vida con plenitud y aceptación, aquí y ahora; disfrutar de lo que hay
en el plato, sin mirar si nos gusta o nos disgusta, nos enseña a ser
agradecidos; masticar bien, nos enseña a vivir la vida en profundidad, saber lo
que estamos viviendo y sentir la libertad de tragar o rechazar la situación; permitir
que los alimentos fluyan a nuestro interior, nos enseña a respetar y no forzar
la vida; una buena digestión, nos permite asimilar el máximo de lo vivido;
aprovechar el máximo es aprender, a no vivir con egoísmo deseando siempre más,
tener suficiente con el mínimo necesario y permitir que los demás tengan lo que
necesitan; expulsar cuanto antes lo que no asimilamos es dar al resto del
universo lo que está esperando, y además evitamos morir envenenados, al no vivir,
por estar inmersos en los recuerdos o el deseo, de lo que no podemos ser.
Es por ello que el cuerpo satisfecho, rechaza y no necesita los
alimentos. El Buda, porque ama la vida, está eternamente hambriento; siendo
Vida, eternamente está comiendo. Al no haberme explicado nada mi Maestro, a
quien me pregunte, ¿Quién es el Buda?, mi respuesta es: “Uno que come, mucho,
todo y nunca caga”.
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