No pretendo molestaros

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Yui Shin

sábado, 12 de abril de 2014

VIVIENDO LA FELICIDAD

          Tras una breve pausa en Londres, para comprar un billete barato para ir a India, llegamos a Delhi. Había estado con un grupo turístico hacía pocos años, nos recogieron en un autobús con aire acondicionado y nos llevaron al hotel. En esta ocasión todo lo que teníamos estaba alrededor y en nuestros macutos, llegamos a la ciudad vieja, nos alojamos en el camping y comenzamos el viaje.
          El viaje, se había gestado poco tiempo después, de volver de India, cuando me presentaron a este amigo y hablando de lo que queríamos hacer, coincidimos en salir de España y visitar
países, comenzando por India. No había planes de tiempo, lugares, o qué encontrar, solamente caminar viendo el mundo. Salimos sin objetos que pudieran atraer deseos, por supuesto sin cámara fotográfica.
          De las cosas que más me sorprendieron fue la alegría de sus gentes, quizás la que más me impactó. No era la alegría, que estaba acostumbrado a ver en los diferentes países que había visitado, la mayoría europeos. En sus ojos, en sus ropajes y su forma de vivir, veías la dureza y las dificultades, de la subsistencia; para cualquiera de nosotros sería difícil aceptar sus vidas, para ellos, simplemente era la vida que tenían, hay una parte de resignación, al menos es lo que yo creí entonces, pero si miras con más atención, ves una cultura por debajo de la piel que les enseñó la virtud de aceptar.
          Viajando hasta cerca de Pakistán, en los autobuses locales y durmiendo y comiendo con ellos, fuimos conociendo, con las limitaciones del lenguaje y culturales, un poco más de ellos. Probablemente es en ese tiempo, cuando aprendí a escuchar y dejé de oír, apenas entendía su inglés y ellos tenían dificultades para entender las preguntas, por lo que era importante, prestar atención a todos los detalles que rodeaban la situación.
          Pasé horas hablando y jugando con los mendigos, en muchas ocasiones no les daba nada, simplemente me sentaba con ellos en la calle y les enseñaba a hacer las pocas cosas de origami que sé hacer: pajaritas, barcos, soplillos. Y sobre todo hablar, preguntando y contestando.
          Lo que me impresionó, no fue su pobreza, sino la riqueza de no tener nada, de poder estar dedicándome un tiempo, con todas sus necesidades a cambio de nada, de no estar pensando en obtener más dinero, sino poder disfrutar, hablando sobre España y el mundo, lugares, que casi con toda seguridad no podrían visitar, riéndonos y siendo felices compartiendo nuestras vidas, para mí, esta vida terminaba en cuanto me iba, tenía dinero para comer y volver a un lugar, donde el hambre no era la comida de cada día, ellos se quedaban en la miseria de su felicidad; a veces incluso sentía pena, por mí.
          Pero las tres imágenes de gran felicidad que conservo realmente son:
          Una niña de entre 7 y 10 años en una estación de tren, si mal no recuerdo en Bombay, pidiendo a los que pasábamos, caminando como una princesa, un vestido viejo pero limpio, eligiendo a quien pedía y de vez en cuando, se le olvidaba pedir mientras caminaba bailando y riendo. A pesar de su edad hablaba algo de inglés y al pasar por la estación, situada cerca de donde nos alojábamos, hablamos con ella varias veces, su sentido común, ser pobre, y necesitar para ayudar a su madre y hermanos, no podía evitar que fuese repartiendo y entregando alegría, a cuantos teníamos la fortuna de cruzar por la estación y contemplarla.
          El gerente de un hotel donde estuvimos varios días, un cuerpo no muy bien hecho, unas piernas de pocos centímetros de longitud, unos pequeños brazos y una cabeza extraña. Es lo primero que vimos al llegar, tumbado en una especie de sofá alto, nos atendió en buen inglés y nos atendió con una sonrisa. Tenían que llevarlo de un lugar a otro, no se podía mover. Cada vez que salíamos o volvíamos al hotel, hablábamos con él, largo y tendido de muchísimas cosa y temas. Era el sostén de su familia, el que llevaba el negocio y con el que nos reímos muchísimo al contagiarnos su felicidad y su sentido del humor.
          En Dharhamsala hay una fiesta tibetana, a la que asisten pobres de toda la zona, incluso de otros estados, se amontonan a ambos lados del camino de bajada del templo en buen orden y armonía. Saben que todos recibirán dinero y comida, las gentes van caminando, dando unos “paisas” a cada uno, hasta que terminan las “rupias” que han cambiado para ello.

          El cuerpo pequeño de un hombre, sin piernas, ni brazos, que se fueron con la lepra, tumbado recostado en un hatillo, sobre su pecho un niño, un bebe de meses, al lado una mujer joven y bella; jugando y riendo, mientras las gentes les dejaban en el plato unas monedas. Es quizás la foto de alegría que nunca olvidaré, la felicidad de una familia que tenía cuanto se necesita para ser feliz.



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