Desde la
noche de los tiempos, desde el comienzo de la humanidad, todas las sociedades
han repartido las funciones dentro de su grupo, sea este étnico, tribal, social
o zonal. Entre las divisiones más generales, estaban: la caza, organización,
mantenimiento de los bienes, agricultura, pastoreo y en todas ellas, la función
medicinal y espiritual a cargo del brujo, hechicero o curandero.
La parte
material y cuidados del cuerpo y el aspecto de fe, relación con la naturaleza,
la vida y un dios o dioses. Ambas funciones han estado separadas, cada una con
sus encargados de ofrecer lo mejor al grupo, con su desarrollo y actividad.
Hace unos
miles de años, se realizó la división y casi separación de los dos aspectos, no
porque algo cambiase realmente, sino por nuestro mal entendimiento.
Tenemos tres
tipos de actitudes en la Vida perfectamente reconocibles.
La primera,
es la de las personas que deciden llevar una vida familiar y social, en la que
lo importante es el bienestar, la salud y las relaciones con las otras personas
y el entorno.
La segunda,
es la de las personas que deciden retirarse de la vida social, pero todavía
tienen fuertes vínculos o ataduras con ella. Siendo los anunciadores, los
portavoces, los que nos abren las puertas, hacia la vida espiritual.
Por último
están, los que renuncian totalmente a la vida de la materia, dedicando todas las
vivencias y logros de esta vida física, al descubrimiento, a la entrega, a
descubrir y realizar, la vida espiritual.
El ejemplo
claro lo tenemos, en los tiempos de Jesús y Juan, cuando Juan en el principio,
abandona su vida con la familia y amigos, para anunciar la venida del que traería
el espíritu. Predica, anuncia, y da la enhorabuena de la venida del Cristo, el
que alimentaría no los cuerpos sino el propio espíritu. Bautiza a los creyentes
con agua, en la fe, anunciando al que bautizaría con el fuego del espíritu.
Él es el
ejemplo del segundo grupo, viviendo en lo físico, en la búsqueda, en la
añoranza de lo espiritual. En la difícil situación de un pie en cada mundo. Cuando
llega Jesús, es el momento en el que hay que tomar la decisión de lo físico o
lo espiritual. Al tomar el camino espiritual, Juan el Bautista es una etapa,
pasada, quemada, la del trabajo terminado, y su cabeza, la mente que le ataba a
la dualidad es cortada.
Jesús ha
escogido el camino del Padre, del espíritu, pero tiene aún los lazos con sus
padres, familiares, amigos y discípulos, lo que le hace tener que tomar
decisiones a diario y decidir qué alimento le tiene que dar a los que le
rodean. Todavía en muchas ocasiones la ignorancia, los apegos de los seguidores
y discípulos, hace que tenga que alimentar sus cuerpos, es lo que ellos todavía
piden y sufren cuando no los han satisfecho. Es en este punto cuando Jesús es
tentado, en un intento de que volviese al camino de la materia, del poder y la
riqueza; su respuesta es que continuará el camino del Padre y es en el último
momento cuando entrega todo su ser, su vida, al Padre, cuando llega al final
del camino emprendido. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, un último
aliento y el Espíritu le acoge como Cristo, al morir Jesús”.
En nosotros
todavía estas decisiones están en su infancia, hay por supuesto los que se
dedican a la vida monacal, los que tienen que dedicar todo su esfuerzo a
descubrir las vivencias del espíritu, no para su desarrollo personal, sino para
beneficio de todos aquellos que dedican sus vidas a sacar adelante a sus familias,
sus trabajos, y pagan el bienestar y la posibilidad de que ellos puedan tener:
vestimentas, techo y comida, para dedicarse al esfuerzo que los demás no pueden
hacer.
Para ello renuncian
al mundo material voluntariamente, es por ello que son mantenidos por los que
se esfuerzan por el bienestar social, en el mundo material. Ellos tienen que
devolver lo recibido como enriquecimiento espiritual para todos. Tener una
familia propia, les obligaría a tener que decidir, a quién ayudan si a los que
le han dado la oportunidad de dedicarse al espíritu o a los suyos. Es probablemente
para evitar esta toma de decisiones difíciles, por lo que desde el principio, las personas
que se han dedicado a la vida espiritual, han tenido que renunciar a lo
material para poder cumplir con la actividad que libremente han elegido, en su
actividad social. Para ello han sido sustentados por los que libremente han
elegido otro tipo de actividad.
La familia es importante, pero cómo tener
hijos y una familia, que no sea la humanidad, la vida, todos, cuando te dedicas
a la vida espiritual, la vida monacal, la vida al servicio de todos en el Espíritu.
Tener que decidir cuando hay un solo trozo de pan, si se lo das a tus hijos físicos
o a los espirituales, ha sido considerada una decisión innecesaria, por difícil,
de ahí que quien se dedica a lo espiritual, solamente debe de servir a un amo, “El
Espíritu”.
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