Hace un año escribía
dos artículos titulados “Viaje al Limbo 1 y 2”, en los que intentaba describir
cuando somos apenas unos espermatozoide, unos buscadores de la Vida Humana, y
nos estamos entrenando y esforzando para llegar a la meta de convertirnos en
Seres humanos. En el viaje muchos son rechazados por los falsos dioses que se
creen con derechos sobre la vida y la muerte, decidiendo quién debe de nacer y
quién debe morir. Pienso que es algo que la sociedad no hemos resuelto y por
eso los publico de nuevo.
En un lugar de mis recuerdos, hay uno que
realmente no soy consciente de haber vivido, a pesar de ello es una constante
de mi vida en el mundo de los dioses.
Hace muchos
años, cuando aún era un espermatozoide, soñaba con llegar por medio del
esfuerzo a convertirme en un ser humano, entrenaba duramente, por si a lo largo
de mi vida sucedía la Gran Ocasión. Nadaba continuamente en el lago, con
la ilusión de convertirme un día en “el nadador nocturno, que consiguiera
llegar al mundo de los humanos”.
No
solamente dependía de mi, era una circunstancia que nadie sabe cuando puede
presentarse y muchas veces sucedía, que todos los nadadores eran destruidos por
la gran luz de los dioses. La tradición decía que “De repente se produce una
gran convulsión y todos los nadadores se tienen que enfrentar con “La Gran Corriente” a la que hay que seguir, el
premio es solamente para el primero, el resto de los nadadores se sacrifican
para asegurar que uno siempre llegará”, el premio consiste en la posibilidad de
llegar a convertirse en ser humano.
Estaba en
pleno entrenamiento cuando ocurrió la gran convulsión. Solamente pensaba en
nadar y nadar en la obscuridad, perdí la noción del tiempo y de repente, “había
ante mí un ser enorme y maravilloso, a pesar de no haberlo visto nunca, había
algo en él que me inspiraba confianza y me hacía sentir que le conocía de toda
mi vida.
De una
forma natural, comencé a hablar de mis sueños y del por qué no importaba
sacrificar mi vida si uno de nosotros conseguía materializarlos. De cómo,
durante toda mi vida había estado pensando en lo grandioso que sería tener:
“principios, grandes ideales, honor, una moral fuerte y por encima de todo ser
el Gran Defensor de la Vida ”.
Dándonos
cuenta que con el nerviosismo del encuentro, no nos habíamos presentado, lo
hicimos en este momento, “me llamo Espermatozoide, yo me llamo Ovulo”. Lo
maravilloso es que mi sueño era también el sueño de Ovulo. Decidimos entonces,
unir nuestro esfuerzo en la consecución de llegar a ser merecedores de recibir
el Gran Nombre, “Ser Humano”. Nos esforzamos toda la gran noche por
conseguirlo, podíamos ver que de alguna forma nos estábamos acercando, casi
percibíamos su forma en nosotros, aún sabiendo quien éramos, teníamos la
seguridad de que el legendario Ser Humano siempre había estado en nosotros.
Pero he
aquí, que los dioses pensaron que no era el momento para nosotros de venir,
ellos en su perfección lo saben todo, viendo que ellos no estaban preparados
para recibirnos, que estaban demasiado ocupados en sus cosas y no tendrían
tiempo para jugar con nosotros, mandaron la Gran Luz. De
repente nuestro mundo intimo y oscuro se agrandó e iluminó intensamente,
nuestra vida se diluyó en ella y no se por qué, creo que de alguna manera
estuve en un lugar donde los
principios, los grandes ideales, el honor y la moral viven libremente, un mundo
donde la vida no tiene que ser defendida, por ello, a pesar de ser sólo vida,
es llamada “La Gran Vida Madre”.
En uno de los Sutras se dice que cuando un dios, a lo largo de millones y
millones de años, cumple con todas sus atribuciones perfectamente, siendo capaz
de conservar en algún lugar de su ser, recuerdo de no haber alcanzado la perfección.
El Buddha en su infinita compasión “le permite nacer de nuevo como Ser Humano,
estado desde donde es más fácil alcanzar la realización como Buhdha”.
Este artículo fue publicado anteriormente el 27-9-13
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