Hay historias
antiguas, que intentan explicar la dificultad que hay para percibir la realidad
de la Vida, que no todo es como lo vemos o pensamos, que siempre hay que
interpretar desde nuestra percepción nuestra visión personal de la realidad,
por ello el Buda consciente de este matiz, nos aconsejó no dar por verdadero
aquello que no hubiésemos experimentado por nosotros mismos y que aún así no dejásemos
de preguntarnos e investigar.
Una de estas
historias es de un grupo de ciegos, y transcurre así: En la Antigüedad, vivían seis
sabios ciegos, que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era
el más sabio. Exponían sus saberes y explicaban las historias más
fantásticas que se les ocurrían y luego decidían entre todos quién era el más
convincente. Sin embargo, llegó el día en que el ambiente de calma se turbó discutiendo
acerca de la forma exacta de un elefante, no conseguían ponerse de acuerdo. Como
ninguno de ellos había tocado nunca uno, decidieron salir al día siguiente
a la busca de un ejemplar, y así salir de dudas.
Tomaron un ayudante como
guía, y puestos en fila con las manos a los hombros de quien les precedía,
emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva más
profunda. Pronto, se dieron cuenta que estaban al lado de un gran elefante.
Llenos de alegría, los seis sabios ciegos se felicitaron por su suerte.
Finalmente podrían resolver el dilema.
El más decidido, se
abalanzó sobre el elefante con gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las
prisas hicieron tropezar y caer de bruces contra el costado
del animal. “El elefante (exclamó)
es como una pared de barro secada al sol”.
El segundo avanzó con
más precaución. Con las manos extendidas fue a dar con los colmillos. “¡Sin duda la forma de este animal
es como la de una lanza!”
Entonces avanzó el
tercer ciego justo cuando el elefante se giró hacía él. El ciego agarró
la trompa y la resiguió de arriba a abajo, notando su forma y movimiento. “Escuchad, este elefante es como una larga
serpiente”.
Era el turno del cuarto
sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del
animal, que se movía para asustar a los insectos. El sabio agarró la cola y
la resiguió con las manos. No tuvo dudas, “Es igual a una vieja cuerda” exclamo.
El quinto de los sabios se
encontró con la oreja y dijo: “Ninguno
de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran
abanico plano”.
El sexto sabio que era
el más viejo, se encaminó hacia el animal con lentitud, totalmente encorvado apoyándose
en un bastón. De tan doblado por la edad, pasó por debajo de la barriga del elefante
y tropezó con una de sus gruesas patas. “¡Escuchad! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante
tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera”.
De vuelta a su hogar
reanudaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante. Todos habían
experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera y creían que los demás
estaban equivocados.
Seguramente todos los sabios tenían parte
de razón, ya que de algún modo todas las formas que habían experimentado eran
ciertas, pero sin duda todos a su vez estaban equivocados respecto a la imagen
real del elefante.
La segunda es
de un grupo de sabios, que miran desde un barco los peces que nadan en el océano:
Según
su vista y la profundidad a la que iban los peces, cada uno veía formas
diferentes, independientemente de si los peces eran iguales o diferentes. Pero no
solamente varios sabios, un mismo sabio, mirando a horas y momentos distintos,
no verá las mismas formas incluso si solamente mirase un solo pez, al variar la
luz y su estado anímico.
A lo largo de los tiempos ha habido personas que
por su dedicación, esfuerzo o evolución, han experimentado una experiencia personal
de identificación o unión con la Vida, con lo Absoluto, a lo que se le dio el
nombre de Dios.
La Vida, si
miramos alrededor, es simplemente la relación indiferenciada y en Unidad, de
todas sus manifestaciones, existentes en un espacio Infinito llamado: Vacío de
Amor. Podríamos llamarlo de cualquier otra manera, pues somos nosotros los que
le hemos dado los nombres, pero si intentamos definir: Entrega absoluta a todas
las formas, reales e irreales; aceptación absoluta de todas las formas, reales
e irreales. Para no cambiar a lo que se entrega y acepta, y que pueda tener existencia
propia, tiene que ser Nada, Vacío, y eso es la definición de Amor con mayúscula,
no como sentimiento sino como Seidad.
Esta experiencia
que han tenido todos los profetas, ha sido por supuesto personal. Todos somos
conscientes de la dificultad de explicar una experiencia, así que podemos
imaginar una de esta profundidad. Todas ellas se han tratado de explicar a los
que no piensan, ni sienten, esa Unidad de la Vida, todas ellas han sido
escritas pasado el tiempo por personas que no la habían experimentado, algo
imprescindible para entender la explicación de cualquier profeta.
En nuestros días solamente nos queda
la letra, en la que creemos que es suficiente con: que alguien a quien no hemos
conocido, a quien no entendemos, con quien no tenemos la suficiente empatía,
por el que discutimos, asesinamos, destruimos y perdemos nuestra humanidad,
halla tenido esa experiencia, todos la hemos vivido. Pareciéndonos suficiente,
con aprender un poco de la letra escrita por alguien que no tuvo la
experiencia.
Solamente hay una Religión que es, la
de Dios, un Dios sin nombre, con un Hijo Unigénito llamado Creación, sin imagen
que pueda ser percibida, pero que puede ser visto en toda su manifestación,
independientemente del tamaño, con un solo Credo, una sola enseñanza, un solo
evangelio, un solo mensaje, un solo Camino: Todo es Vida, solamente manifestada
en el Amor, porque Todo es Uno.
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