Un día hace
miles de años se cruzaron bajo los cielos de China, dos escritores que
intentaron plasmar en palabras, la esencia de la convivencia social y el Tao o
Camino que lleva a ello, a ninguna parte, a la meta de la disolución del Tao.
Confucio nos
aclara que las palabras son algo más que sonidos, que son nuestro propio hacer
en la convivencia, que son las que determinan nuestra posición y
responsabilidad en la sociedad, las que dan el nombre a nuestra función en el
mosaico de la Vida.
Lao Tze,
sabiendo de la inutilidad de su esfuerzo, plasma en pocas páginas unos
aforismos, en los que trata de capturar la esencia del Silencio.
La base de
ambos tanto en la relación social, como en la relación con nuestro Ser, con
nuestra Verdadera Naturaleza, con el Tao que se plasma en el Silencio, es
sorprendentemente la misma.
En la filosofía
China y en general la oriental, el concepto de amor como nosotros lo concebimos
en nuestros días, no era manejado, pues estaba más en las responsabilidades que
se adquirían al amar algo, que en la explicación de un sentimiento. Probablemente
por ello en sus escritos se habla de: “Armonía,
honestidad, sinceridad, entrega, compromiso, responsabilidad, esfuerzo,
constancia”, pocas veces, al menos yo no lo he entendido así, de nuestros
derechos, de recompensas, del precio a cobrar por ser y manifestar lo que somos.
Todo cuanto
hay en la sociedad es responsabilidad de todos, todo pertenece a la sociedad,
sin dueños, sin abusos, en un reparto armonioso en el que todos tendrían suficiente
sin que significase lo mismo, pues la responsabilidad estaba en proporción a la
capacidad de cada persona.
Desde esta
responsabilidad se aceptaban las diferencias como naturales, desde la
responsabilidad individual, se completaban todos los derechos sociales. Cuando alguien
se llamaba a sí mismo por un nombre sabía qué tenía que cumplir para poder
llamarse así. Cuando alguien era llamado por un nombre, sabía la
responsabilidad que contraía si aceptaba ser llamado así.
Más complejo
es escuchar el Silencio en las palabras, responder a la llamada del Nombre
Desconocido, encontrar la Armonía del Vacío, caminar en un Camino que no lleva
a ninguna parte, llegar a una Meta siguiendo al Tao Impenetrable.
Pero no es en
el entendimiento de sus palabras, no es en la búsqueda, no es en el esfuerzo,
no es en la sabiduría del sabio, ni es en las posibles riquezas de un mendigo. Podríamos
pensar que es en seguir estas enseñanzas, o cumplir al pie de la letra lo que
se dice que es la función de cada nombre. Podríamos creer y esforzarnos por
recorrer, por conocer las profundidades del Tao, o llegar a la sabiduría.
Pero para una sociedad perfecta,
conviviendo en armonía, es el Ser cada uno lo que es, cumpliendo con su responsabilidad,
haciendo lo que es supuestamente lo que tiene que hacer, donde nace la
convivencia del Amor, porque no se trata de tener o conseguir algo, sino Ser lo
que somos, como individualidad de una sociedad.
No hay Tao que lleve a ninguna parte,
ningún camino se mueve. Tampoco puede ser recorrido porque solamente podemos estar
donde estamos, pisar en donde suponemos que está nuestra huella, pues no
podemos observarla, por ello si queremos llegar a la meta del Tao, hay que ser
Tao.
En ambas enseñanzas, hemos entendido
que son cosas a lograr, metas a cubrir, un sueño que alcanzar, pero ellos nos
hablan de lo que Somos, de lo que hay que ser responsables y esforzarse para
que no cambie nada, para no llegar a ningún sitio, porque eso solamente nos
llevará a Ser lo que Somos.
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