No pretendo molestaros

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Yui Shin

domingo, 15 de noviembre de 2015

DOS VOCES


          Un día hace miles de años se cruzaron bajo los cielos de China, dos escritores que intentaron plasmar en palabras, la esencia de la convivencia social y el Tao o Camino que lleva a ello, a ninguna parte, a la meta de la disolución del Tao.
          Confucio nos aclara que las palabras son algo más que sonidos, que son nuestro propio hacer en la convivencia, que son las que determinan nuestra posición y responsabilidad en la sociedad, las que dan el nombre a nuestra función en el mosaico de la Vida.
          Lao Tze, sabiendo de la inutilidad de su esfuerzo, plasma en pocas páginas unos aforismos, en los que trata de capturar la esencia del Silencio.
          La base de ambos tanto en la relación social, como en la relación con nuestro Ser, con nuestra Verdadera Naturaleza, con el Tao que se plasma en el Silencio, es sorprendentemente la misma.
          En la filosofía China y en general la oriental, el concepto de amor como nosotros lo concebimos en nuestros días, no era manejado, pues estaba más en las responsabilidades que se adquirían al amar algo, que en la explicación de un sentimiento. Probablemente por ello en sus escritos se habla de: “Armonía, honestidad, sinceridad, entrega, compromiso, responsabilidad, esfuerzo, constancia”, pocas veces, al menos yo no lo he entendido así, de nuestros derechos, de recompensas, del precio a cobrar por ser y manifestar lo que somos.
          Todo cuanto hay en la sociedad es responsabilidad de todos, todo pertenece a la sociedad, sin dueños, sin abusos, en un reparto armonioso en el que todos tendrían suficiente sin que significase lo mismo, pues la responsabilidad estaba en proporción a la capacidad de cada persona.
          Desde esta responsabilidad se aceptaban las diferencias como naturales, desde la responsabilidad individual, se completaban todos los derechos sociales. Cuando alguien se llamaba a sí mismo por un nombre sabía qué tenía que cumplir para poder llamarse así. Cuando alguien era llamado por un nombre, sabía la responsabilidad que contraía si aceptaba ser llamado así.
          Más complejo es escuchar el Silencio en las palabras, responder a la llamada del Nombre Desconocido, encontrar la Armonía del Vacío, caminar en un Camino que no lleva a ninguna parte, llegar a una Meta siguiendo al Tao Impenetrable.
          Pero no es en el entendimiento de sus palabras, no es en la búsqueda, no es en el esfuerzo, no es en la sabiduría del sabio, ni es en las posibles riquezas de un mendigo. Podríamos pensar que es en seguir estas enseñanzas, o cumplir al pie de la letra lo que se dice que es la función de cada nombre. Podríamos creer y esforzarnos por recorrer, por conocer las profundidades del Tao, o llegar a la sabiduría.
          Pero para una sociedad perfecta, conviviendo en armonía, es el Ser cada uno lo que es, cumpliendo con su responsabilidad, haciendo lo que es supuestamente lo que tiene que hacer, donde nace la convivencia del Amor, porque no se trata de tener o conseguir algo, sino Ser lo que somos, como individualidad de una sociedad.
          No hay Tao que lleve a ninguna parte, ningún camino se mueve. Tampoco puede ser recorrido porque solamente podemos estar donde estamos, pisar en donde suponemos que está nuestra huella, pues no podemos observarla, por ello si queremos llegar a la meta del Tao, hay que ser Tao.
          En ambas enseñanzas, hemos entendido que son cosas a lograr, metas a cubrir, un sueño que alcanzar, pero ellos nos hablan de lo que Somos, de lo que hay que ser responsables y esforzarse para que no cambie nada, para no llegar a ningún sitio, porque eso solamente nos llevará a Ser lo que Somos.


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