No pretendo molestaros

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Yui Shin

lunes, 16 de noviembre de 2015

EL NOMBRE DE DIOS


          Cuando el hombre gesta, alumbra, da a luz a Dios, ha estado viendo como podemos agruparnos, que no importa cuan pequeño es algo, puede formar parte de una nueva individualidad, que integra a lo pequeño engrandeciéndolo, al transformarse en una individualidad mayor y más importante.
          Formamos parte de la familia, formamos parte de la tribu, de un entorno, llegamos a una humanidad donde sólo las personas están integradas y llegamos a vernos como una individualidad llamada Tierra. Pero seguimos viendo la Luna, el Sol, las Estrellas, comprendemos que podemos ser todavía más grandes, más importantes y creamos el concepto de una individualidad llamada Universo. En parte es nuestro sentimiento de pequeñez, en parte nuestro ego, lo que nos lleva a una constante insatisfacción de encontrar lo máximo que podemos ser. Es entonces cuando probablemente se gesta el concepto Dios, no como alguien que nos creará o ha creado, sino como la máxima expresión de nuestra propia individualidad.
          Al ver la relación de las diferentes individualidades que se integrarían, en un concepto abstracto de una individualidad que integraría lo Absoluto, sin importar si existía o no, si era conocido o desconocido, perceptible o imperceptible, era Lo Absoluto lo que recibe el nombre de Dios de la Humanidad, pues somos los únicos, que hemos creado el nombre para Aquel que no puede saber de su propia existencia, de sí mismo, por ser Absoluto, no sabe de sus individualidades, pero nosotros sí sabemos lo que somos, “Somos Dios”.
          Pero al desarrollar la relación entre las individualidades, como creadores del concepto, encontramos que somos los responsables del resultado, y esta responsabilidad nos pesa, por lo que al intentar escapar de ella, cambiamos los términos y gestamos y creamos el proceso inverso, en el cual, es nuestro propio concepto de Dios el que nos crea a nosotros, haciéndole por tanto, el responsable de nuestra vida, no solamente como personas, sino como Universo. Nuestro grupo más grande como especie, la humanidad, lo trasladamos a una supuesta meta a alcanzar desde nuestra creación, llamada Humanidad, en la que se integra la responsabilidad sobre las plantas y animales, al darles nombre y cuidarlas en el hipotético Paraíso que es la Casa de la Humanidad.
          Le damos nombre a ese supuesto dios que nos ha creado, haciéndole más pequeño al despojarle de su Absolutez y creamos los códigos de relación y los sistemas de pago por nuestro comportamiento, pues nos parece indigno hacer cosas por nada.
          Es una cuestión de tiempo, el que si nos va mal, cambiemos los códigos y el nombre de un dios que no nos reporta beneficios. Si  nos va bien y obtenemos riqueza, es cuestión de tiempo que nos envidien y quieran robarnos al dios que nos protege tan bien y nos paga tan espléndidamente.
          Pero en todo este tiempo, lo que no hemos recobrado no es el entendimiento de nuestro concepto de Dios, que lo comprendemos muy escondidamente, por eso a veces, incluso lo negamos, no porque nos moleste formar parte de Dios, sino porque lo único para lo que no estamos preparados, es para aceptar la responsabilidad que conlleva ser creadores de la Vida que tenemos.
          Es más fácil olvidarnos de lo que somos, “Seres Humanos, Vida, coparticipes y corresponsables de la Sociedad en la que vivimos, los Creadores de Dios, lo Absoluto”.
          Pero lo cómodo, lo indigno, lo irresponsable, es culpar a dios de nuestra situación, hacer responsable a dios de nuestra falta de amor, de nuestra indignidad, de nuestra ignorancia, de nuestra rapiña, de nuestra falta absoluta de Humanidad, de nuestra incapacidad de integrarnos en una individualidad mayor.
          Para ello es imprescindible el Amor, la entrega, la aceptación el conocimiento de que las individualidades que se integran en otra tienen que ser diferentes, y sobre todo la Responsabilidad de que Dios solamente puede vivir en cada uno de nosotros, pues no hay otro lugar donde pueda manifestarse al ser, Absoluto Ser.
          No podemos hacer nada en el Nombre de Dios, porque somos los que creamos su nombre: Amor, cuando amamos; Justo cuando tenemos suficiente; Paz, cuando al amarnos vivimos en el respeto, nuestro y de los demás. No importa cómo le llamemos, es en nuestro vivir donde reside el Nombre de Dios.


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