Hace tiempo
se decía que: “La libertad de uno, comenzaba
donde terminaba la de los demás”. Hoy
en día solamente interesan nuestros derechos.
Hay muchos vídeos
de gente, que en circunstancias difíciles han conseguido una vida de las que
llamamos normales. Personas sin piernas, sin brazos, problemas graves de salud,
han conseguido ocupar un lugar sin ser discriminados.
Lo curioso de
la mayoría de estas personas, es que viven en países donde no hay ayudas, con pocos
derechos y a veces sociedades que marginan a los diferentes.
Yo lo he
visto por India, Indonesia, Malasia, en general por países asiáticos. Lo pude
ver en menor cuantía en China, pues no permitían viajar libremente, expulsando a
muchas personas hacia rutas prohibidas para los extranjeros, al menos en la época que yo
estuve viajando en ella.
Es el saber
que es tu dignidad y esfuerzo, lo que tiene que conseguir colocarte en la
posición que quieres ocupar, lo que hace que estas personas lo consigan y otras
no.
Hay un
jugador americano de baloncesto universitario, con un solo brazo. Nunca ha
pedido que cambien las reglas, ni que él tuviera los mismos derechos a jugar que
los demás estudiantes, ni que el que le defiende lo haga con una mano, se ha
esforzado y ha conseguido jugar en el equipo, porque sabe y puede jugar en
igualdad de oportunidades.
Nosotros exigimos
conciliaciones, derechos, que tienen que ser impuestas a otras personas, por
medio de leyes, sanciones o discriminaciones llamadas positivas. El esfuerzo no
es lo que nos guía, sino los derechos que tienen que constreñir las libertades
de otros, pues hemos cambiado la expresión del principio a: “La libertad de los demás comienza donde termina la mía”.
La izquierda
lo quiere todo público, y muchos de sus afiliados son funcionarios y
trabajadores de empresas subvencionadas o públicas. Sus exigencias de derechos
en los países capitalistas o de mercado libre, chocan frontalmente con los que
instauran en los que tienen el poder.
En el mercado
libre, quieren obligar a los empresarios a que trabajen como una empresa pública,
en las que tienen que determinar los puestos de los trabajadores según las leyes y órdenes, no por la idoneidad según opinión de la empresa.
Hablamos mucho
de conciliación laboral, pero pocas personas que tienen empleados en su casa,
escogen a quien tiene muchas obligaciones propias, pues lo que quieren es,
pagar porque hagan las suyas.
Cuando yo al
menos, elijo una persona para que me defienda y represente, prefiero a una que
dedique su tiempo para hacerlo, y si sus jefes saben que durante un tiempo no
lo va a poder hacer, deben ser ellos si esa persona no lo hace por sentido común, los que le den otra posición en la que pueda atender sus obligaciones.
Si yo quiero
ser piloto de avión y tengo miedo a las alturas, no puedo pretender ir por carretera
pilotando el avión. Tampoco que los demás adapten su trabajo a mis
posibilidades o disponibilidad, en una empresa privada, pues apostaría a que
nadie crea una empresa para perder dinero, como hacen las públicas.
Las empresas
deben tener sus políticas y nosotros la libertad de elegir dónde trabajar. Ellas
no deben imponer sus criterios, pero el asalariado que los acepta, debe de
respetarlos. Se puede dialogar, pero desde el respeto de las responsabilidades
adquiridas al aceptar trabajar en ella.
En la relación de pareja y en la
empresa, no son las leyes las que deben traer la armonía, sino el cumplimiento
de los acuerdos adquiridos al establecer la relación. Las situaciones son
cambiantes. Entonces existe el diálogo, para cambiar los acuerdos si se llega a
acuerdo, para rescindir el compromiso si no, pero nunca desde la amenaza y el
abuso, desde la posición de poder de una de las partes, sino desde la dignidad
y el respeto a cumplir lo que nos hemos comprometido al principio libremente.
Se puede
pedir a las empresas privadas que mejoren sus relaciones laborales, pero no
traspasar los límites de su libertad para elegir sus políticas, dentro de unas
leyes que deben ser las mínimas. No se puede
imponer personas o puestos, cuando desgraciadamente para que funcione y pague
el resto de salarios, tiene que tener beneficios.
Es por ello
que pienso que no es cuestión de leyes y exigencias lo que nos llevará a
armonizar nuestras relaciones, sino el empleo del sentido común.
En los países
comunistas que conozco, la libertad es hacer lo que te dicen. No podemos
pretender que en los de mercado libre, el hacer lo que queremos y que las
empresas nos traten como digamos, podamos llamarle comunismo también.
Las conciliaciones
son cuestión de sentido común, libertad para elegir trabajo y libertad para
elegir trabajadores. Respeto a los compromisos adquiridos y diálogo para
cambiarlos, en caso de no poder hacerlo, respeto por los anteriores o aceptación
de la rescisión del acuerdo, si es
posible o lo mejor.
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