Como he
confesado en varias ocasiones, soy del pueblo y sin estudios, apenas llegué a
la FP, pues no era mi camino el de los estudios y comencé a trabajar con
catorce años.
Probablemente
por ello me pierdo en las charlas de políticos, periodista y economistas. Interminables
discusiones en que lo único claro que saco, es que la culpa es del otro, por lo
que termino sin aclararme, o vislumbrar lo que ha pasado, lo que está pasando y
me aterroriza pensar lo que va a pasar.
Debido a esta
ignorancia, por la que le pido disculpas a los incomprendidos estudiosos de la
economía y la política, tengo que recurrir en ocasiones a mi abuela y mis
padres, que al menos a mí, me facilitan la comprensión de por qué la culpa es
del otro y de que independientemente la cantidad de dinero de los impuestos o
lo que se le da a algún ente público, siempre es insuficiente.
Mi abuela me
decía que si me daban dos “perrachicas” (diez céntimos de peseta), para mis
gastos, y me gastaba una, podría estudiar de mayor, elegir con más tranquilidad
mi trabajo, o invitar a las amigas cuando tuviese esa edad.
En casa, mi
padre manejaba el dinero y le daba a mi madre para que pagase la comida y los
gastos diarios de la familia. No fumaba, no bebía, no iba al bar, no salía con
otras mujeres y no se le conocían gastos personales.
Comíamos de
lo barato, carne en Navidad, ropa de mercadillo y alpargatas. Escuela pública
gratuita, y las dos “perrachicas”, con nada en la cartilla de ahorros. Mi madre
no iba a la peluquería y no salía de casa si no era para comprar o ir a visitar
a la abuela.
Con el tiempo, mi padre dejó de hacer horas extraordinarias,
mi madre tomó las riendas de la economía, y un día vino con ropa de
marca de usar los domingos, para nosotros, otro peinada de la peluquería, comenzó a salir con las
amigas a merendar y los domingos comíamos carne. No, no hacía dinero extra, era
simple administración, y un día con los ahorros tuvimos nuestras primeras vacaciones.
Mi padre me
hablaba mal de mi madre, a la que yo defendía desde lo más profundo de mi corazón,
sabiendo que aún malgastando el dinero en meriendas y peluquerías, era el mismo
dinero o menos con el que malvivíamos con él.
Con mi madre
no podía hablar, pues era analfabeta y sin cultura, tenía una voz desagradable,
sus conversaciones eran aburridas y sin contenido. No tenía buena relación con
ella, ni me gustaba, ni me sentía cómodo presentándosela a mis amigos. Pero la
defendía de las murmuraciones, de los ataques, de las acusaciones de mi padre y
de la vecindad, con toda mi energía, desde el fondo de mi corazón.
Mirar mi
simpatía por ella, si me gustaba o no, para callarme ante las opiniones de los
demás, solamente habría mostrado mi falta de dignidad, mi falta de humanidad, la
ausencia de honestidad.
Nunca descubrí,
si mi padre se lo guardaba para vivir en el Caribe tras su jubilación, si es
que se iría con una de veinte años a vivir en un chalet cuando mi madre envejeciera,
o que tenía el bolsillo del pantalón roto. La realidad es que con mi madre, con
menos dinero y a pesar de malgastarlo en peluquerías y meriendas con las
amigas, podíamos vivir y ahorrar para las vacaciones.
Todo lo que oímos,
es de la corrupción, mala administración, inutilidad y mal uso de los dineros públicos
del PP.
Sus gobiernos
han comenzado cuando no había horas extras y en casa entraba menos dinero,
huelgas a diario, protestas, votos en contra de cualquier proposición y la
dignidad de información de la mayoría de la prensa en contra.
El PSOE ha
gobernado cuando había horas extraordinarias, entraba dinero en casa y nos decía
cosas bonitas, pero no ponía dinero para la ley de acompañamiento, ni para la
mayoría de las cosas que legislaba y prometía, (Terremoto de Andalucía), los
dos periodos que ha gobernado han dejado de ser votados por la ruina en la que
estaba la casa.
No importa lo
que me guste mi madre, pero si tengo dignidad, sentido común y soy honesto
conmigo mismo, pienso que no debo dejar que insulten, critiquen, hablen mal o
pongan en duda la honestidad de mi madre. Estoy incluso pensando, en si tiene
derecho a merendar con sus amigas y peinarse de peluquería.
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