No pretendo molestaros

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Yui Shin

viernes, 25 de marzo de 2016

PERDONAR


     Hablamos tanto del perdón, leemos tanto de perdonar; de la alegría, de la paz que nos da el perdonar y ser perdonados; que no hay persona humilde que no sea capaz de sentir el perdón, que el perdón nace de la humildad y el amor. Querríamos vivir perdonando continuamente a cuantos nos agravian, tener la grandeza de alma para poder olvidar, para perdonar profundamente.
     Hablamos tanto de que aquél que ama, tiene que perdonar, incluso aceptar nuestros defectos, nuestros malos momentos, nuestras traiciones, nuestra inaguantable personalidad. Vemos tan importante perdonar, que no consentiríamos amar a alguien que no pudiese perdonar nuestras equivocaciones.
     Ayer entre unas cosas y otras veía retazos de “Ben-Hur”, cuando llevan al Nazareno hacia el Calvario, Judá, siente la necesidad de acompañarle hasta su final, no es creyente, pero ha mirado en sus ojos, cuando cargando la cruz, cae desfallecido, trata de darle agua, en cuclillas al lado de Jesús, el agua derramada por el suelo, Jesús le mira y Ben-Hur, se siente impelido a subir hasta el Calvario y presenciar la crucifixión, quizás pagando la deuda de cuando fue calmada su sed por el Nazareno.
     Al bajar y conversar con la creyente y amada Esther, le dice incrédulo las palabras dichas desde la cruz, por quien estaba siendo asesinado, sacrificado, torturado e insultado:

     “Padre perdónales, porque no saben lo que hacen”.

     En Él mismo no hay agravio que perdonar, no hay ninguna afrenta recibida, no hay nada que le hayan hecho.
     Solamente justificarlos ante el Padre, pedir que seamos capaces de perdonarnos a nosotros mismos desde lo más profundo de nuestro Ser, el Padre y Creador de lo que somos, de nuestro propio Ser.
     Poder alcanzar el arrepentimiento de lo que nos hacemos a nosotros mismos, porque Él, no había sido ofendido.
     Todavía nos preguntamos y buscamos, cómo definir el perdón, saber lo que es y lo que proporciona.
     Perdonar es, el no ser nunca agraviado, no recibir el agravio, amar tanto que nada puede agraviarnos.



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