No pretendo molestaros

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Yui Shin

domingo, 17 de abril de 2016

ENCONTRANDO A CHIYONO

          Hace siglos, nació una niña cuya mayor desgracia fue nacer tan bella, con un cuerpo perfecto, un corazón dulce y compasivo, y una atracción para todos los que la rodeaban rayana en la obsesión.
          Pero lo que ella añoraba, su mayor deseo, era Retornar a Casa, al Origen, a su Naturaleza de Buda, era lo único que anhelaba su corazón, tan lleno de amor y compasión, por toda la Vida y sus formas.
          Aún joven partió de casa de sus padres, buscando al Maestro que la ayudase en el inicio del Camino de Retorno. Pero el obstáculo, iba con ella, acompañándola continuamente, pues era su belleza de alma y cuerpo, que solamente serviría como distracción y punto de pelea, intranquilidad y desarmonía para los que había en los monasterios.
          No importó a los monasterios a cuyas puertas llamó y esperó Chiyono, en todos, tras entrevistarse con el Maestro, la respuesta era la misma, con los mismos motivos: “Eres demasiado bella”, no eran motivos de determinación, no era que no estuviese preparada, que no pudiese pasar las pruebas. El motivo era que los demás eran débiles y que necesitaban más la ayuda que ella.
          Desesperada y cansada de vagar por los caminos polvorientos, no encontrando otra manera de entrar en el Camino que tenía la determinación de recorrer, decidió perder la belleza aparente, la que los demás apreciaban porque en su ignorancia y falta de determinación, no podían ver más allá. Calentando una plancha en el fuego de la habitación, se la acercó a la cara, que la debilidad de los demás hacían obstáculo, de su determinación a encontrar el por qué del sufrimiento, al igual que Shakyamuni.
          Este, abandonó cuanto la Vida le había dado para tentarle, una felicidad que le escondía el dolor, poder, riqueza, una familia, y una cárcel donde no le estaba permitida la entrada al sufrimiento. Chiyono, la debilidad humana a las apariencias, la llevo a esconder la belleza del cuerpo, junto con la de su alma, desfigurando la apariencia de cara y cuerpo.
          Partiendo en la búsqueda del por qué del sufrimiento, no del cuerpo, sino aquel que invade el alma y el espíritu del que añora volver al origen, a su Ser, a ser uno con su propia Naturaleza, la Naturaleza del Buda Único, del Absoluto, del que por su Compasión, Entrega y Amor, solamente Es Vacío, donde Todo es manifestado.
          Chiyono, una vez probada su determinación y liberados los demás de sus tentaciones, fue aceptada y pudo comenzar el camino que la llevase al Origen. Durante décadas, hizo y practicó, con toda su alma, cuanto el Maestro la indicaba: consciencia, hacer sus labores sin discriminar y entregada a ellas, observó siendo simplemente el observador, cuanto la acontecía y sucedía a su alrededor, intentó profundizar en sus emociones, pensamientos, acciones, omisiones, pero sobre todo, cuidó la actitud con la que todo era realizado y observado.
          Pero los años pasaron, la felicidad llenaba todos sus momentos, pues la aceptación y su actitud, no discriminaban los momentos de esfuerzo, penuria y pesadumbre, por lo que no vivía la infelicidad, como algo que pudiera sacarla de su felicidad innata.
          Había aprendido solamente una cosa, que era, que no importaba la acción, pues ésta reside realmente, en el “No hacer” de quien vive en el eterno presente. Un día al ir por agua al pozo, como tantas veces en las décadas vividas en el monasterio, llenó el viejo cubo de madera con agua para realizar sus tareas. Siendo de noche, caminaba con cuidado para no tropezar y derramar el agua.
Despacio y con consciencia de dónde pisaba, caminaba cuando las nubes se separaron, y una preciosa luna llena asomó entre ellas rompiendo la oscuridad, al mirarla tropezó y el agua se esparció junto con las tablas del viejo cubo. Al mirar desde el suelo la Luna Llena, brillando en lo alto, encontró su Casa, la Mente Pura que de nuevo iluminó la belleza de su Rostro Original.
          Su experiencia la plasmó en un poema: “De un modo y otro traté de mantener el cubo íntegro, esperando que el débil bambú nunca se rompiera. De repente, el fondo se cayó. No más agua; no más reflejo de la luna en el agua: vaciedad en mi mano”.
          Hay que dar, entregar cuanto se es, sin perder la determinación de seguir entregando incluso lo que no tenemos. Porque la Luna brilló siendo miles de lunas en el agua esparcida por el suelo, incluso fue Luna llena en el cubo, lleno de agua. Tratamos de conservar, de encontrar, sin darnos cuenta que solamente podemos entregar, incluso cuando no nos queda nada, cuando creemos ser Luna Llena, todavía no somos Vacío.


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