Paseando un día Buda por el jardín, acercose
a una flor, la acogió amorosamente en sus manos, mientras la olía intensamente
con los ojos cerrados y se diluyó en el Vacío.
Cuántas veces hemos visto una preciosa
flor, la hemos mirado y olido. Unas veces sin cortarla de la planta madre,
otras la hemos cortado y tirado tras olerla, otras la hemos llevado a casa y
puesto en un jarrón con agua para seguir oliéndola.
Su recuerdo nos ha acompañado durante
tiempo, a veces toda una vida, ya que el sentido del olfato, siendo el más
primitivo, recuerda casi todo lo que olemos en ella.
Al transmitir la experiencia, hemos
llenado libros de poemas, de historias románticas, de vidas de personas
sencillas, de flores misteriosas. En nuestros recuerdos de flores que nos
transportaron, que mostraron nuestro amor a alguien, que nos sacaron de la
oscuridad con su perfume.
Podemos hablar y escribir metáforas del
tiempo pasado por la flor, yaciendo en las raíces de la planta, o en el
interior de sus ramas, mientras grandes tormentas y fríos inviernos intentaban
verla y oler su perfume, del que hablaban los mismos dioses. Pero paciente
esperaba su momento de primavera, para mirar al sol, en espera de que llegásemos
a recibir su color y olor.
Cuántos libros, cuántos relatos, eternos
en el tiempo, nos hacen vivir de nuevo, el color, la belleza y el éxtasis del
aroma de la flor.
No importa cuántas palabras, cuántos
relatos o libros escribamos, contemos, escuchemos o escribamos, en ninguno de
ellos habrá más que un recuerdo, un sueño de un olor que solamente podemos
recordar en las palabras o en su silencio.
Buda oliendo con los ojos cerrados la
flor, se diluyó en el Vacío, sin palabras, sin recuerdos, sin flor ni aroma, en
un Vacío, del que se había diluido el Silencio, sin Buda, sin Vacío, solamente
Aroma de Flor, sin nadie para olerlo.
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