Los políticos,
no sé por qué, me recuerdan casi siempre a mi barrio marginal y periférico.
Vivíamos en
completa democracia, el jefe del barrio o sus veteranos, nos decían lo que teníamos
que hacer y lo hacíamos libremente, para que ayudasen a nuestras familias, nos
daban permiso para no ir al colegio y no necesitábamos a la policía, abogados o
jueces, que nos dijesen nada más.
Por la
mañana, a los que se les había asignado, se dedicaban a recoger los donativos
voluntarios de los comerciantes del barrio, que abrían por las mañanas. Por las
tardes recogíamos los de los que lo hacían por la tarde y lo mismo con los de
la noche. Las chicas hacían felices a los del barrio y a los visitantes, los jóvenes
si eran solicitados también, y cuando no, cambiábamos papelinas por donativos. No
sabíamos lo que tenían dentro, los veteranos nos decían la papelina que teníamos
que dar según el donativo.
Si alguna
de las pocas veces que entraba la policía, alguno daba una respuesta que no le
hubiesen dicho y era buena según los veteranos, pues te ascendían a jefe de
grupo. Éramos “Los rufianes”, siempre se
había llamado así la gente del barrio, no solíamos salir, ni dejábamos entrar a
nadie de fuera si no era donante.
Es que para
ser demócrata lo mejor es no cumplir las leyes, de política no entiendo, pero
era lo que hacíamos en mi barrio. Lo que decía el jefe era “La Democracia”, los
demás decíamos que sí voluntariamente, a uno que dijo que lo pensaría, pues no
le dejaron abrir la tienda y a otro que la tenía, tuvo un accidente y no la
volvió a abrir.
Me recuerda
los donativos voluntarios del 3 o el 10 por ciento, que se dan en alguna
Comunidad periférica, o cuando alguien no es demócrata y quiere que su hijo no sea
adoctrinado con las ideas del político, y que pueda malearse pensando por sí
mismo. U otros que quieren llamar a su negocio por nombres pecaminosos, por
ejemplo: “Casa José”, cuando lo democrático y correcto es: “Casa Josep”. O si
sabes que algún vecino escucha la radio o ve televisiones extranjeras subversivas,
pues lo dices.
En mi
barrio o le hacíamos la vida imposible, o directamente le echábamos del barrio,
si querían seguir viviendo con nosotros, tenían que ofrecernos voluntariamente
un donativo mayor, que sus hijos entretuviesen a más forasteros o que
recogiesen más donativos de las papelinas.
Por supuesto,
si alguna vez a algún policía se le ocurría venir al barrio y preguntarnos por
lo que hacíamos, le rodeábamos todos los del barrio, y al final se hacía “amiguete”,
nos daba un cigarrillo, incluso a los que no fumábamos. Era divertido, todos en
manada, como nos había dicho el jefe, para conservar la paz y la democracia.
No nos hacía
falta ni ir al colegio, aprendíamos todo lo necesario, del jefe y los
veteranos, para que no pensásemos cosas incorrectas, como nos decían en broma: “no
nos hacía falta ni pensar en las correctas”.
Es que
escuchando a los políticos periféricos, me siento nostálgico y me acuerdo del
barrio, cuando todo era perfecto y podíamos pastar en el prado que nos decía el
jefe, o los veteranos. Eso sí cuando ellos nos decían.
Es que
desde luego para vivir en democracia, no hay nada como vivir libremente como te
dicen. Cuántos políticos hay que me recuerdan al jefe y a los veteranos, todo
lo hacen por nuestro bien, para qué nos hace falta estudiar, tener otro trabajo
o la seguridad social, si los amos usan el dinero para que el barrio sea
nuestro, por un módico 3 o 50 por ciento.
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