En un pueblecito en las
montañas, vivía desde hacía años en un pequeño templo, un anciano Maestro Zen.
Meditaba, hablaba con los
vecinos, les aconsejaba, les guiaba en el Dharma, viviendo en armonía, amado y respetado
por los vecinos. Los cuales le mantenían y arreglaban el templo donde vivía.
Un día, una persona de las
acaudaladas del pueblo, molesta con alguna de las enseñanzas del Maestro, que les
hablaba de la no posesión, de la compasión con los necesitados, en fin esas
cosas de las que hablan los Maestros, decidió comprobar si eran sólo palabras o
el Maestro era una persona de firmes convicciones y respeto por el Dharma.
Su idea era exponerlo ante
los vecinos, mostrándoles que no es igual predicar, que hacer lo que se
predica.
Tenía a su servicio una
doncella, que pasaba por ser la más bella de todos los pueblos de las montañas de
los alrededores, la llamó y le dijo:
“Si estás dispuesta a
seducir al viejo Maestro, te permitiré ir a tu pueblo a cuidar de tu anciana
madre enferma y te dará dinero para los cuidados y el médico”.
Sin dudar un momento la
joven aceptó la propuesta, impelida por el amor a su madre.
Al atardecer cuando el
viejo Maestro se disponía a meditar, sonó una suave llamada en la puerta y al
abrirla, se encontró a la bella joven, que sonreía, mientras se abría un poco
el kimono, mostrando que no había más ropa debajo.
El viejo Maestro, la dijo
que pasase y al despuntar las primeras luces, los vecinos atónitos, vieron a
través de la ventana del dormitorio del viejo Maestro, a la joven peinando su
largo cabello, con el kimono entreabierto.
Escandalizados, le dijeron de todo al
viejo Maestro, que en su depravación había mancillado a una joven doncella,
expulsándole del templo, de sus labores y del pueblo.
Sin cargar nada, el viejo
Maestro, se llevó solamente su vergüenza, repudiado por los que le amaban y
respetaban, por haber seducido, por no cumplir con los preceptos de su condición,
al haber pasado la noche con una doncella, que feliz peinaba su largo cabello,
iluminada por los primeros rayos de sol, al penetrar por la ventana del
dormitorio.
Los pájaros cantaban, las
flores despertaban a un nuevo día, un kimono entreabierto, su expulsión causó,
por la gente que le quería.
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