En un pueblecito en las
montañas, vivía desde hacía años en un pequeño templo, un anciano Maestro Zen.
Meditaba, hablaba con los
vecinos, les aconsejaba, les guiaba en el Dharma, viviendo en armonía, amado y
respetado por los vecinos. Los cuales le mantenían y arreglaban el templo donde
vivía.
Un día una bella doncella
llamó a su puerta y como siempre su puerta estaba abierta para quien llamaba. Abriéndose
su kimono, mostró su piel, nacarada, joven y turgente, sin nada que la
cubriese.
El anciano Maestro la dijo:
“Pasa, mi casa es tu casa”. Con naturalidad sonrió a
la joven, la miró fijamente y preguntó: “Cuáles son tus necesidades”.
La doncella le contó la
propuesta de su señora, el Anciano, le dijo que él estaba de acuerdo en ayudarla,
a que pudiese cuidar a su madre enferma. La guió entonces al dormitorio, cambió
las sabanas, encendió un incienso, la joven totalmente relajada y llena de
confianza, se desnudó, se tumbó en la cama, mientras el anciano Maestro, se
encaminaba a su viejo “zafu”, se sentó sobre él, pasando la noche en Meditación.
Por la mañana preparó el
desayuno de la joven, fue a la habitación y cuando la joven se disponía a salir,
abrió la ventana y con voz llena de compasión la dijo: “Por
favor péinate el cabello”. Los rayos del sol reflejados en ellos
abrieron los ojos de los vecinos, que no permitiendo tamaña vileza, le
expulsaron del templo, cargando con la vergüenza.
En un pueblo lejano, unos
ojos viejos lloran por la llegada de su hija, unos ojos bellos y jóvenes, lloran
de gratitud, mientras una sonrisa de virgen mira la mejoría de su madre,
enraizada en una indignidad nacida del amor.
En un cruce de caminos, un
joven monje es alimentado y cuidado por la dueña de una posada. “Si
alcanzas la Iluminación, serás tú quien tendrá que ayudarme”,
un acuerdo, un pacto, todo su tiempo para alcanzar la Iluminación.
Pasados 7 años, una joven
es rechazada en sus proposiciones, enterada la dueña de la posada de lo
acaecido, montada en cólera dice: “He alimentado estos años a
un inútil, bueno para nada”. Quemando la cabaña, el joven monje es
expulsado. Pensando solamente en su salvación rechazó a la joven, sin
preguntarle por sus problemas.
Hay veces que debemos
seguir las reglas, lo escrito, las palabras, pero solamente cuando tomamos
decisiones para lo mejor en cualquier situación, podemos descansar tranquilos.
El anciano Maestro cargó
con la indignidad, el joven monje la rechazó, prefirió no tocar a una mujer,
rechazando la tentación, buscando su salvación, su Iluminación, preservando su
virtud no pecando.
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