Nos hemos
sumergido de tal manera en frases bonitas, ejemplarizantes, idílicas, que
dejamos de percibir la realidad, el significado con el que fueron pronunciadas
o escritas, el espíritu de lo que expresan. Tan sumergidos estamos en leerlas e
interpretar nuestro entendimiento, que no somos capaces de recordar que hay que
calzarse los zapatos de quien las escribió o pronunció, para vivirlas
realmente.
Nos hablan
las religiones del amanecer, de su luz titubeante y tamizada por las nubes, que
poco a poco va creciendo y proporcionando calor a nuestra vida.
Absortos en
estas promesas, nos sentamos cada noche a la luz de las hogueras durante miles
de años, tratando de encontrar la luz de un nuevo amanecer. Hablamos de amaneceres,
nos sentimos extasiados, sumergidos absortos y transportados por semejante maravilla. Rompiéndose algo en
nuestro interior, cada vez que nos alejamos de la hoguera sumergiéndonos en la
oscuridad y el frío de la noche.
Cansados y
frustrados, por vivir solamente en la fe, en la confianza, en la esperanza de
que un día nos llegue el “Nuevo Amanecer”, las hogueras faltas de combustible,
son apagadas a altas horas de la noche, para dormir y soñar con el amanecer.
Nos dicen
que la Meditación, nos llevará al Amanecer, pero es necesario huir de las hogueras,
sumergirse en el frío de la noche, aguantar la eternidad de la oscuridad
nocturna, y no interponer el yo que reflejaría su sombra, impidiendo que el Sol
amaneciera.
Escuchamos y
leemos, las palabras de: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”, que sustituían
el: “Ojo por ojo”, que cambiaban la venganza por el amor. Entendiendo que
tenemos que amar a nuestro dios, al dios al que le pedimos y exigimos que
cumpla con nuestros deseos, a lo que nosotros entendemos como dios, pero el que
dijo la frase, se refería al que Él había experimentado.
“Amarás al
prójimo como a ti mismo”, sin estar dispuestos a poner a nuestro ego en su cruz,
sin ser todos los seres sus hijos, su rebaño. “El Padre y yo, somos Uno”, pero
ese yo: “A quién se refería, ¿Al rebaño, a los que entregaba su ser?”.
No podemos
ser la frase, desde nuestros propios zapatos. No podemos ni tan siquiera
entender la letra, si al menos no somos capaces de ir descalzos.
Creemos en
cielos y en infiernos, desde el entendimiento de un Dios, que vive y existe
separado de su Creación, que conocemos por lo que alguien ha dicho o escrito. Sin
embargo nos sentimos en nuestro derecho de juzgarle, comparándole con lo que
nos han contado. Sentados en la hoguera hablando del sol, defraudados porque la
oscuridad nos rodea fuera de la hoguera, porque no somos capaces de permanecer
despiertos, porque no somos capaces de dejar de ser lo que crea la sombra en la que
vivimos, incluso cuando ha salido el sol, cuando ha amanecido.
Creemos en
cielos de huríes, cuando ocultamos la belleza de la mujer, porque nos incita al
pecado, cuando nos permitimos forzar y violar a las mujeres, que quieren
acompañarnos, que quieren mostrar que son compañeras y que comparten el cielo
con nosotros. Porque cuál es la labor de esas huríes, aparte de ser siempre jóvenes
y satisfacer nuestros deseos, en un cielo en el cuál son simples juguetes,
simples objetos para satisfacer los deseos del hombre.
Hemos olvidado,
que todos los grandes Maestros: Shakyamuni, Jesús, Mahoma, Mahavira, han tenido
entre sus grandes discípulos a mujeres, siendo ellas las que les han acompañado
hasta el momento de su muerte, las más fieles, las que han conservado el Espíritu
de la Vida, el fuego sagrado. La mujer siendo la Madre, es la que da vida, la
que protege en su propio ser al amanecer que no ha nacido, la que de alguna
manera sustenta la Vida, mientras el hombre la trabaja.
El Big
Bang, sería la energía masculina de nuestro Universo, los millones de años en
los que el Fuego de la Vida se ha mantenido y evolucionado, es en gran medida
la actividad de la energía femenina, que no podría hacer nada sin la masculina,
al igual que la masculina no habría podido explotar y crear un comienzo, sin la
Vida femenina.
Podemos seguir
alimentando hogueras, frases, deseos, egos, aguantando hasta altas horas de la
noche, para seguir en sueños el amanecer.
O podemos ser
la frase que amanece.
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