Ser como una silla. Por
Tangen Harada Roshi
“Cuando tenía 17
años, tuve la fortuna de leer un libro titulado “Inshitsu-roku” del profesor
Enryohan, un Escolar notable de la dinastía Ming. Trata sobre la disciplina,
que este profesor recopiló para su hijo Tenkei.
El término “Inshitsu” significa, que
todo ha sido decidido, sin que tengamos consciencia de ello. Podríamos decir
que las oscilaciones de la fortuna buena o mala que nos acaecen están
determinadas, sin que lo sepamos, por nuestras acciones pasadas y su
naturaleza.
Tras leer el libro, comprendí
claramente que había un camino que seguir y tomé la determinación de
recorrerlo.
Según el libro, el profesor Enryohan,
comenzó a creer profundamente en la retribución kármica por medio de un adivino
llamado Ko. Posteriormente el Maestro Zen Unkoku, le enseño que el karma era
solamente una cara de la moneda. Lo que le llevó a escribir a su hijo Tenkei:
“Que podemos tomar la responsabilidad de construir nuestra vida”. Porque no se
trata de vivir plegados a la fortuna, o movidos como las hojas por el viento,
sino que con nuestro esfuerzo, podemos llevar el destino hacia donde está
nuestra meta, aunque solamente sea un paso más cerca.
Desde niño, siempre sentí que buscaba
algo, rebelándome contra todo en mi juventud. En los años de estudiante,
siempre pensé que no se me había dado la oportunidad de saber la razón para
vivir.
Pensaba que los monjes budistas,
hablaban de cosas sin sentido, vestían ridículamente, teniendo una vida fácil y
confortable, lo que me llevó a que no me importaran. Pero el libro dirigía mi
inquietud, hacia lo que siempre había buscado, aún estando escrito por un
monje. Siendo que la enseñanza de Inshitsu-roku, no es del budismo sino del
confucianismo, es un Maestro Zen quien marca claramente el camino. Cinco años
después, el traductor del libro, Harada Sogaku Rosshi, se convertiría en mi
Maestro Zen.
Cuando tenía 18 años, decidí ser como
una silla: que no rechaza a nadie, permitiendo a todos sentarse y descansar sus
piernas, posteriormente cuando nos levantamos, nadie se lo agradece o le dice
palabras bonitas, siendo más frecuente el que sea retirada de una patada. Es
más, no murmura, se queja o guarda rencor, simplemente acepta lo que recibe.
Cuando alguien necesita descansar, no discrimina, ni mira sus deseos, sino que
acoge de corazón a la persona cansada o furiosa, para sentarse o darle una
patada. Lo que me llevo a pensar: “Qué maravilloso sería tener un corazón
igual”.
Así que escribí en un papel grande: “Ser
como una silla”, y cada día observaba lo que me había acercado, sintiéndome
frustrado si a lo largo del día, había tenido: una pequeña insatisfacción o queja,
y miraba lo que había ayudado a los demás. Porque un estado mental así, no
sería propio de una silla, ella no se retira o se sube encima de quien se
quiere sentar.
Lo importante de este juego, es que
poco a poco, fui colocando las necesidades de los demás, delante de las mías.
Sin forzarme, de una manera natural, dándome más felicidad que dolor.
Estando todavía con esta práctica, fui
de marcha a una pequeña montaña llamada Kin-poku de Jukkoku Pass en Yugawara.
Mientras ascendía, solamente podía pensar sobre mi egoismo. Durante los treinta
minutos de ascenso, sumido en lágrimas, solamente podía repetir,
arrepintiéndome profundamente: “No soy bueno, No soy bueno”.
En esos tiempos sin conocimientos de
budismo, vi a lo largo del camino bastantes figuras de Kannon, lo que me hizo
suponer que una gran estatua que había en la cima sería de Shakyamuni Buda, hoy
en día seguro que la reconocería, pero entonces no sabía ni tan siquiera cómo
honrarle. Al haber memorizado las reglas del colegio del profesor Shoin
Yoshida, comencé a cantarlas desde el fondo de mi alma, entrando en un estado
mental más puro.
Llegué al otro lado de la montaña,
cortada en precipicio, al haberse formado un valle. Más allá del valle se
extendía el océano Pacífico, a un lado podía ver, las colinas de la península
de Izu. Extasiado por la vista, el viento me acariciaba desde el fondo del
valle y sentí como si mi ser estuviese creciendo y creciendo.
Ahora, podríamos decir que experimenté la unidad y que era protegido, por todo, la grandeza de la vida que me había
sido confiada. Sintiéndome seguro y grande, grité mi nombre varias veces, al
viento.
Sin poder contener mi excitación, bajé
corriendo apenas en un soplo el sendero de montaña, hasta la estación de
Atami. Si hubiese tropezado, probablemente habrían pensado que me había
suicidado, al no conocer mi estado mental.
Durante un tiempo, todo me parecía más
brillante y luminoso, y el mundo cambió para ser más amado y protector. Sentí
que la vida y yo éramos uno. Todavía no sabía nada de Zazen, pero los muros que
me aprisionaban habían comenzado a derrumbarse. Sentía, como si pudiera
comunicarme con la vida, a mi alrededor.
Movido por este sentimiento de
gratitud, queriendo dedicar mi vida a devolver cuanto había recibido, al estar
en tiempos de guerra, me alisté, para ayudar a mi país, a mis conciudadanos.
Estaba dispuesto a entregar mi vida, a morir por los demás. A pesar de
encontrarme en situaciones peligrosas, ser prisionero de guerra,
misteriosamente escapé indemne apenas por un suspiro.
Desde entonces, sin esperar
reconocimiento o agradecimiento por mis acciones, sentí que debía poner todo mi
esfuerzo en lo que debía de hacer. En 1946, entré en la práctica del Zen y en
1949, me ordené monje, con mi Maestro Harada Sogaku.
Esta es una
conversación de mi Maestro, a la hora del té. ¿Qué puede enseñar alguien, que
toda su ambición es: “Ser una silla”?
Más que
una silla, se hizo sofá, donde los corazones, las almas y el espíritu de los
cansados caminantes, recuperaron fuerzas y deseos de continuar escalando, por
los senderos de la pequeña colina del Zen. Un simple y poco valioso lugar donde
posar nuestro culo, el cual, siendo solamente una silla puede ver la Vida, puede
aceptar ese culo con amor, puede permitir con su entrega que el Zen que hay en ella
pueda manifestarse igual que el del mismo Buda.
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