No pretendo molestaros

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Yui Shin

jueves, 9 de noviembre de 2017

MIRANDO LA FELICIDAD

         ¿Qué o cuánto es suficiente para una sociedad del bienestar? Aparentemente no debería ser difícil contestar la pregunta: Una buena casa, libertad, comida, dinero para poder comprar lo que ¿necesitamos?, ¿deseamos?, ¿consideramos suficiente?, coche, trabajo que nos permita dedicar tiempo a la familia, pero, ¿es suficiente o necesario tener todo esto para ser felices?.
          Tras mi estancia en Australia y con el dinero ahorrado en mi trabajo, partí de nuevo, ahora hacia Nueva Guinea donde viajé por un tiempo.
Conocí a un misionero alemán, que me invitó a ir a su casa en lo alto de una montaña, donde era peligroso aterrizar pues se entraba en una pequeña pista, que comenzaba en una cortada de unos 20m. de profundidad y el tren de aterrizaje de dos aviones en el fondo. Con él visite algunas tribus, en las que cazaban con arcos o escopetas viejas, las tribus estaban dos o tres años en el mismo emplazamiento y posteriormente se abría uno nuevo, comenzando por la zona de la huerta un año antes, para que todo estuviese preparado. Por las mañanas se limpiaba el emplazamiento y era cuando volvían los que habían ido por agua, que salían al amanecer con las primeras luces.
          Llevaban unos bambúes, que en algunas tribus eran de mayor diámetro y en otras eran unos haces con varios más finos. En ellos estaba el agua necesaria para el día, que había que traer en algunas tribus desde varios kilómetros. La foto es con los guías, que nos llevaron al nuevo emplazamiento de una de las tribus, su piel se caía en escamas, no tenían electricidad, ni otro medio de moverse que caminando, pero misteriosamente las personas de cierta edad y los niños, se veían siempre felices. Otros habían estado estudiando en Port Moresbi, y la cultura les había puesto un rictus de infelicidad al tener que volver a la tribu.
          El siguiente punto fue Filipinas, en la zona de las montañas del norte de Luzón conocí a una familia, que me invitó a ir a la zona de Sierra Madre, donde a un grupo de Igorotes, les habían ofrecido y aceptado dos o tres años antes, una zona en la jungla para que hiciesen sus hogares. Viajamos varios días, pasamos controles del ejército y finalmente llegamos al último pueblo de la carretera, hasta donde se podía ir con vehículos. Desde este punto había que hacer unos kilómetros a pie para llegar a la aldea, para llevar lo que traíamos, varios de los vecinos habían venido a recibirnos.
        Rodeada de jungla, a la orilla de un afluente del río principal, muy cercano, en el que se compraba el pescado si se tenía suerte, unas zonas de huertas y las cabañas, un techado donde se reunían y el lavadero en el río.
          Lo primero que hice fue aprender a fabricar mi cama con ratan, en la que dormí el tiempo que estuve con ellos. En los pocos días que estuve con ellos: coseché tomates y cacahuetes, nos hicimos unas gafas de buceo  con madera y cristal y con una pistola de madera, una goma y un alambre estuvimos pescando para comer en la orilla del río, les vi tocar la flauta con la nariz que es su estilo y le regalé a uno una flauta Hohner al ver que tras unos “piii, piii, piii” comenzó a tocar música, lo que no hacía yo con la partitura, estuve con uno de ellos arando a la luz de la luna con un búfalo de agua (por el día hace mucho calor), fui con dos de ellos a cazar en la jungla donde pasamos dos días, ellos con los “bolos” abriendo camino y teniendo que esperarme, la familia que me había invitado, me dio las gracias porque a los dos días volvían a cazar por tres o cuatro días y me invitaron a ir con ellos, lo que según esta familia les había dejado bien con ellos, porque era la primera vez que volvían a invitar a alguien de fuera de la aldea.
          Entre medias, comí tortuga y huevos de tortuga, hablamos durante horas y horas, jugaba con los niños, me iba con ellos a cuidar los carabaos, pasaba ratos viendo lavar a los grupos de mujeres en el río, todo ello sin electricidad, no había ni bicicletas, ellos no usaban el reloj pero llegaban puntuales a sus citas, por el día con el calor nos reuníamos bajo el techado y durante buenos ratos la gente bromeaba, se daban las noticias que alguien había traído, planeaban lo que iban a hacer y convivían.
          De ello solamente me fui con la duda de qué es verdaderamente el bienestar, la civilización, la humanidad, la convivencia. Preguntándome, ¿qué es realmente lo necesario para vivir felices?, porque lo soy en España, lo he sido en Australia, en Japón, en ciudades, solo en una isla perdida en el Pacífico, con electricidad, sin ella, en espacios grandes, en pequeños, en apenas un tatami, en junglas enormes, la verdad es que nunca he podido contestar la pregunta:
          ¿Qué es realmente lo que necesitamos para ser felices?, pero sí que he visto felicidad, en las gentes que no quieren tener lo que no tienen.


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