Dice la canción que: “La distancia es el olvido”.
Pero es la distancia, la que nos obliga a
recordar aquello que amamos, que más que recuerdo es vida en el corazón.
Dicen también, que es la ausencia la que
es el olvido, pero ausencia es que no viva con y en nosotros. Porque lo que no
vive para nosotros, no es ausencia, ni olvido, es ignorado o indiferente.
Es a quien queremos olvidar, el lugar o
compañía de la que nos queremos olvidar, la que ocupa nuestra mente y a veces
también el corazón.
Nos esforzamos en olvidar, aquello que nos
ha herido. Queremos alejarnos de aquello que no podemos hacer nuestro, aquello
a lo que no podemos pertenecer, porque es lo que verdaderamente deseamos.
Por eso para olvidar, hay que matar,
destruir, una parte nuestra, para impedir que podamos ver, que podamos percibir
lo que no podemos olvidar.
No es la distancia lo que es el olvido,
sino el morir de una parte nuestra.
No es la ausencia lo que nos lleva a
olvidar, sino nuestra falta de capacidad para amar realmente, porque no hay
ausencias en el amor.
Podemos amar, con una manera, con una
forma o profundidad diferente, pero no es la posesión, la distancia o la
ausencia lo que nos hace olvidarnos, sino el miedo a sentir, a que esos sentimientos
que son enteramente lo que somos, no puedan ser satisfechos por nuestro ego y podamos
sufrir o no aceptar, que no consigamos apoderarnos de lo amado.
Es la distancia lo que nos permite recordar,
es la ausencia lo que nos permite valorar a las personas que viven en nuestros corazones,
o que formaron parte de alguno de nuestros ahora, es el olvido el que no nos permite
ser lo que somos, pues una parte de esa vida ha sido segregada, encerrada prisionera
de nuestros miedos o egoísmo.
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