La mayoría
de las veces, nuestra apreciación de la sociedad es solamente su funcionamiento
en las noticias.
En las
religiones, las palabras, los escritos y lo que hacen una parte de la gente
visible, que la representa para nosotros.
En los
poderes, las acciones y la manera de ser ejercido por las personas que lo han
tomado, las designadas para ejercerlo o las que nosotros hemos elegido.
A lo más, algún nenúfar u otra planta acuática, que floreciese en la superficie del poco de
agua que habría cubriendo el lodo.
Varias veces
me abrieron la cabeza, por saber de lo que hablaba escuchando a la mente que
razonaba, por recordar lo que había leído, lo que había escuchado, lo que me
habían dicho.
Por tratar
de dar las cartas del menú como alimento de los hambrientos, por pretender
mitigar mi hambre con las imágenes de la comida.
Cuántas veces,
he salido de hablar con el Maestro hundido en la gloria, saboreando mis
conocimientos de lo hablado en su “¡Bien!” y
sintiendo la burla de su sonrisa, preguntándome si no estaría equivocado.
Un día
salí enfadado, sin saber quién había hablado, sin entender las palabras que mi
boca despreciando a mi mente y mis conocimientos había pronunciado. Atrás su sempiterna
sonrisa burlona, su “¡Bien!”, que no importaba lo que dijese.
Quizás ese
día me escuchó, y sin entender mis palabras entendió por primera vez lo que yo
no había entendido, y cuando Él las entendió fui yo quien no las había
entendido.
Olvidamos que
para que el loto crezca, tiene que haber cieno profundo, que solamente el
pueblo puede crear con su ignorancia.
Porque es
el pueblo, quien da vida a las religiones, quien ocupa los poderes, quien
ejecuta lo que los poderes mandan, quien es la sociedad.
Es el
pueblo con el agua de sus emociones, con la sangre de sus sentimientos, el que
cubre con suficiente líquido y alimento el cieno donde crecerá el loto, que florecerá
en la luz del sol, que llegará hasta el cielo.
Cuando miramos
las religiones de los demás, lo que entienden y cómo practican su religión los
demás, olvidamos que somos cada uno el que porta la Religión del loto, el que
tiene que florecer mirando directamente a la luz.
Cuando juzgamos
una religión o el poder, mirando a los otros, cómo la viven y entienden, no
encontramos nuestra verdad, pues esta subyace en la Religión y el Poder, que siendo
de todos, solamente en cada uno de nosotros subyace.
La Religión
es la Vida expresada en palabras, pero estas dependen de nuestro entendimiento,
no de cómo son escritas, de cómo son explicadas, de cómo son ejecutadas por los
demás.
El Poder,
no es el que nos manda, el que nos domina, sino el que tenemos que entender del
que practicamos en la convivencia. Porque será nuestro entendimiento de este,
el que permitirá que tengamos la seguridad de ser Lotos, incluso siendo lodo.
La mente
sólida del lodo, el líquido de las emociones y los sentimientos, en su
profundidad, son el lugar donde crecerá el Loto, pues no encontraremos a Buda,
si no somos antes el lugar donde pueda asentarse.
Pero no
puede haber ni un Buda que se siente en el Loto, solamente puedo sentarme yo,
si sé con absoluta certeza que soy Loto.
Fue cuando
no entendí, cuando no hablé, cuando me entendió el Maestro.
Fue cuando
mi cabeza se abrió, cuando escapada la mente alguien habló.
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