No pretendo molestaros

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Yui Shin

domingo, 4 de marzo de 2018

HABLAR CON AMOR

          Sería el año 1982 u 83, cuando alguien me llevaba a Bukkokuji, en un mes de octubre, en los días de frío, un día 29 o 30, con el Sesshin a punto de comenzar. Algo que yo no sabía ni lo que era, que tendría que pasar una semana, meditando desde la mañana a la noche, con un cuerpo rígido y poco acostumbrado a doblar las piernas.
          Rodillas inflamadas, apenas podía levantarme en las mañanas, y así creo que pasé algunos meses. Sorprendido que esperasen a comenzar la Meditación, para llamar a la gente con una campana y que nada más sentarnos, saliesen un montón corriendo y haciendo ruido y permaneciesen horas entrando y saliendo, molestando a los que queríamos meditar.
          Debí tardar meses, casi un año en saber que la campana llamaba a “Dokusan”, la entrevista personal con el Maestro. Finalmente supongo que el Maestro se lo dijo a alguien y me explicaron lo que pasaba y que debía de ir.
          Nunca he sido una persona de preguntas y respuestas, desde niño, he argumentado tratando de comprender y aprender de los puntos de opinión de los demás, pero aquello que he podido incorporar o que sustituyese lo que yo pensaba.
          Al principio, durante uno o dos años apenas supe que algunos hablaban algo de inglés, no fue hasta que el Maestro le dijo a uno que tradujese, cuando comprendí que todos los japoneses habían estudiado inglés, pero no lo hablaban bien, excepto algunos, que me traducían cosas diferentes de lo que acababa de hablar el Maestro, dependiendo de lo que les había llamado la atención.
          Pasados algunos años, un día que fui a “dokusan”, hablando de nuestras cosas, de repente con el palo que nunca he sabido su nombre, parecido a una “S”, me abrió la cabeza. Me preguntó: “¿Qué me había parecido?”, y yo le conteste “Que innecesario”, “¿Qué tienes que decir?”, “No hay nada que decir, es su opinión”, dije, contestó “Bien”, dando por concluida la conversación.
          Mantuvimos esta conversación una o dos veces más, pero fue cuando estuve en Hosshinji, cuando la conversación fue con el traductor, alguien que hablaba inglés por ser americano y japonés por haberse criado en Japón de niño. Junto con Belinda, han sido las dos personas que conservaban la                                                  belleza de las palabras del Maestro en sus traducciones.
          La conversación, iba desarrollándose con una fluidez natural, que no parecía que estuviese siendo traducida. En un punto de la conversación, el Rosshi se levantó, pues la distancia entre ambos era mayor que en Bukkokuji, y me golpeó repetidas veces con el palo. El traductor nos miraba sorprendido, según me dijo después cuando terminó el Sesshin, en más de 20 años era la primera vez que lo había visto, que si había sido por alguna traducción incorrecta. Pero la conversación continuó, tratando el Rosshi de ver lo que había entendido, conmigo tratando de entender y explicar qué. Cada uno se volvió a su lugar, cada uno habiendo escuchado, habiendo explicado y aprendido, que es de lo que trata el “Dokusan”, aprender a desaprender.
          Han pasado los años, muchas veces lo he recordado con cariño, el tremendo esfuerzo del Maestro para que podamos encontrarnos a nosotros mismos, la fortuna de los traductores, que escuchan al Maestro, a los otros discípulos y pueden aprender de ellos.
          No importa, si a veces son ellos los que no entienden la conversación, pensando que no han sabido 
decir lo que debía ser dicho, pero tienen la mejor posición para poder aprender un día, eso que siendo pronunciado por ellos, siendo traducido por ellos, no entendieron.
          Hablar en y desde el Silencio, creemos que es no pronunciar palabras o sonidos, pero puedo atestiguar con mi propia sangre que el Silencio puede ser doloroso, y que lo doloroso puede ser gozoso, si lo escuchas con atención, pues el sonido de la voz, el de los golpes, el dolor e incluso la traducción, son Silencio.


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